Mar. 17 Junio 2025 Actualizado 2:58 pm

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"El primer paso esencial en el camino hacia la dominación total es eliminar la persona jurídica del hombre", escribe Hannah Arendt (Foto: Mr. Fish)

Campos de concentración estadounidenses

Una vez que un régimen comienza a enviar personas a campos de concentración —incluidos los de El Salvador—, crea un sistema de detención que elude el debido proceso y hace desaparecer a los ciudadanos en agujeros negros.

Nuestros campos de concentración en el extranjero, por ahora, se encuentran en El Salvador y en la bahía de Guantánamo, Cuba. Pero no esperen que permanezcan allí. Una vez que se normalicen, no solo para los inmigrantes y residentes deportados por Estados Unidos sino también para los ciudadanos estadounidenses, migrarán a la patria. Es un salto muy corto desde nuestras prisiones, ya plagadas de abusos y maltratos, a los campos de concentración, donde los detenidos están aislados del mundo exterior —"desaparecidos"—, se les niega la representación legal y se les hacina en celdas fétidas y superpobladas.

Los presos de los campos de El Salvador se ven obligados a dormir en el suelo o en celdas de aislamiento a oscuras. Muchos padecen tuberculosis, infecciones fúngicas, sarna, desnutrición grave y enfermedades digestivas crónicas. Los reclusos, entre los que se encuentran más de 3 mil niños, son alimentados con comida rancia. Sufren palizas. Son torturados, entre otras cosas, mediante ahogamiento simulado o siendo obligados a meterse desnudos en barriles de agua helada, según Human Rights Watch.

En 2023 el Departamento de Estado describió el encarcelamiento como "peligroso para la vida", y eso fue antes de que el gobierno salvadoreño declarara el "estado de excepción" en marzo de 2022. La situación se ha "agravado" considerablemente, señala el Departamento de Estado, por la "incorporación de 72 mil detenidos bajo el estado de excepción". Unas 375 personas han muerto en los campamentos desde que se estableció el estado de excepción, como parte de la "guerra contra las pandillas" del presidente salvadoreño Nayib Bukele, según el grupo local de derechos humanos Socorro Jurídico Humanitario.

Estos campos —el "Centro de Confinamiento del Terrorismo" o Cecot , al que se envía a los deportados estadounidenses y que alberga a unas 40 mil personas— son el modelo, el presagio de lo que nos espera.

El metalúrgico y sindicalista Kilmar Ábrego García, quien fue secuestrado delante de su hijo de cinco años el 12 de marzo de 2025, fue acusado de pertenecer a una banda y enviado a El Salvador. El Tribunal Supremo coincidió con la jueza de distrito Paula Xinis, la que consideró que la deportación de García era un "acto ilegal". Los funcionarios de Trump justificaron el hecho como un "error administrativo". Xinis ordenó a la administración Trump que "facilitara" su regreso. Pero eso no significa que vaya a volver.

"Espero que no estés sugiriendo que introduzca ilegalmente a un terrorista en Estados Unidos", dijo Bukele a la prensa en una reunión en la Casa Blanca con Trump. "¿Cómo puedo introducirlo ilegalmente? ¿Cómo puedo devolverlo a Estados Unidos? ¿Que lo introduzca ilegalmente en Estados Unidos? Bueno, por supuesto que no voy a hacerlo... la pregunta es absurda".

Este es el futuro. Una vez que se demoniza a un segmento de la población —incluidos los ciudadanos estadounidenses a los que Trump tilda de "delincuentes locales"—, una vez que se les despoja de su humanidad, una vez que encarnan el mal y se les considera una amenaza existencial, el resultado final es que estos "contaminantes" humanos son eliminados de la sociedad. La culpabilidad o la inocencia, al menos ante la ley, son irrelevantes. La ciudadanía no ofrece protección alguna.

"El primer paso esencial en el camino hacia la dominación total es acabar con la persona jurídica en el ser humano", escribe Hannah Arendt en Los orígenes del totalitarismo. "Esto se logró, por un lado, dejando a ciertas categorías de personas fuera de la protección de la ley y obligando al mismo tiempo, mediante el instrumento de la desnacionalización, al mundo no totalitario a reconocer la ilegalidad; por otro lado, se logró situando los campos de concentración fuera del sistema penal normal y seleccionando a los reclusos al margen del procedimiento judicial normal, en el que un delito definido conlleva una pena predecible".

Quienes construyen campos de concentración construyen sociedades basadas en el miedo. Emiten advertencias implacables sobre peligros mortales, ya sea por parte de inmigrantes, musulmanes, traidores, delincuentes o terroristas. El miedo se propaga lentamente, como un gas sulfuroso, hasta infectar todas las interacciones sociales e inducir la parálisis. Lleva tiempo. En los primeros años del Tercer Reich, los nazis operaban diez campos con unos 10 mil reclusos. Pero una vez que lograron aplastar todos los centros de poder rivales —sindicatos, partidos políticos, prensa independiente, universidades e iglesias católica y protestante—, el sistema de campos de concentración se expandió rápidamente.

En 1939, cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, los nazis gestionaban más de 100 campos de concentración con alrededor de un millón de reclusos. A continuación llegaron los campos de exterminio.

Quienes crean estos campos les dan amplia publicidad. Están diseñados para intimidar. Su brutalidad es su punto fuerte. Dachau, el primer campo de concentración nazi, no fue, como escribe Richard Evans en La llegada del Tercer Reich, "una solución improvisada a un problema inesperado de hacinamiento en las cárceles sino una medida planificada desde hacía tiempo que los nazis habían previsto prácticamente desde el principio. Se dio amplia publicidad al campo y se informó sobre él en la prensa local, regional y nacional, y sirvió como una severa advertencia para cualquiera que contemplara la posibilidad de ofrecer resistencia al régimen nazi".

Agentes del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés), vestidos de civil y patrullando los barrios en coches sin distintivos, secuestran a residentes legales como Mahmoud Khalil. Estos secuestros son similares a los que presencié en las calles de Santiago de Chile bajo la dictadura de Augusto Pinochet, o en San Salvador, la capital de El Salvador, durante la dictadura militar.

El ICE se está convirtiendo rápidamente en nuestra versión nacional de la Gestapo o del Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos (NKVD, por sus siglas en ruso). Supervisa 200 centros de detención. Se trata de una formidable agencia de vigilancia interna que ha acumulado datos sobre la mayoría de los estadounidenses, según un informe elaborado por el Centro de Privacidad y Tecnología de Georgetown.

"Al acceder a los registros digitales de los gobiernos estatales y locales y comprar bases de datos con miles de millones de puntos de datos a empresas privadas, el ICE ha creado una infraestructura de vigilancia que le permite obtener expedientes detallados sobre casi cualquier persona, aparentemente en cualquier momento", se lee en el informe. "En sus esfuerzos por detener y deportar, el ICE ha accedido, sin ningún tipo de supervisión judicial, legislativa o pública, a conjuntos de datos que contienen información personal sobre la gran mayoría de las personas que vive en Estados Unidos, cuyos registros pueden acabar en manos de las autoridades de inmigración simplemente por solicitar el permiso de conducir, conducir por las carreteras o darse de alta en los servicios públicos locales para tener acceso a calefacción, agua y electricidad".

Los secuestrados, entre ellos la ciudadana turca y estudiante de doctorado de la Universidad de Tufts, Rümeysa Öztürk, están acusados de comportamientos difusos como "participar en actividades de apoyo a Hamás". Pero esto es un subterfugio, acusaciones tan irreales como los delitos inventados bajo el estalinismo, donde se acusaba a las personas de pertenecer al antiguo orden —kulaks o miembros de la pequeña burguesía— o se las condenaba por conspirar para derrocar el régimen como trotskistas, titoístas, agentes del capitalismo o saboteadores, conocidos como "destructores".

Una vez que se señala a un grupo de personas, los delitos de los que se les acusa, si es que se les acusa de algo, son casi siempre inventados.

Los reclusos de los campos de concentración están aislados del mundo exterior. Desaparecen. Son borrados. Se les trata como si nunca hubieran existido. Casi todos los esfuerzos por obtener información sobre ellos se topan con el silencio. Incluso su muerte, en caso de fallecer bajo custodia, se vuelve anónima, como si nunca hubieran nacido.

Quienes dirigen los campos de concentración, como escribe Hannah Arendt, son personas sin curiosidad ni capacidad mental para formarse opiniones. Según ella, "ya ni siquiera saben lo que significa estar convencidos". Simplemente obedecen, condicionados para actuar como "animales pervertidos". Están embriagados por el poder divino que tienen para convertir a los seres humanos en rebaños de ovejas temblorosas.

El objetivo de cualquier sistema de campos de concentración es destruir todos los rasgos individuales, moldear a las personas para convertirlas en masas temerosas, dóciles y obedientes. Los primeros campos son de entrenamiento para guardias de prisiones y agentes del ICE. Dominan las técnicas brutales diseñadas para infantilizar a los reclusos, una infantilización que pronto distorsiona a la sociedad en general.

Los 250 presuntos miembros de pandillas venezolanas enviados a El Salvador en desafío a una orden judicial federal fueron privados de un juicio justo. Fueron subidos sumariamente a aviones, que ignoraron la orden del juez de dar media vuelta y, una vez que llegaron, fueron desnudados, golpeados y les afeitaron la cabeza. Las cabezas rapadas son una característica de todos los campos de concentración. La excusa es los piojos. Pero, por supuesto, se trata de despersonalización y de por qué llevan uniformes y están identificados con números.

El autócrata se regodea abiertamente en la crueldad. "Estoy deseando ver cómo esos terroristas enfermos reciben condenas de 20 años de cárcel por lo que le están haciendo a Elon Musk y Tesla", escribió Trump en Truth Social. "¡Quizás podrían cumplirlas en las cárceles de El Salvador, que se han hecho tan famosas últimamente por sus condiciones tan maravillosas!".

Quienes construyen campos de concentración se enorgullecen de ello. Los muestran a la prensa, o al menos a los aduladores que se hacen pasar por prensa. La secretaria de Seguridad Nacional, Kristi Noem, que publicó un video en el que aparecía visitando la prisión salvadoreña, utilizó a los reclusos sin camisa y con la cabeza rapada como accesorio escénico para sus amenazas contra los inmigrantes. Si hay algo que el fascismo hace bien, es el espectáculo.

Primero vienen por los inmigrantes. Luego vienen por los activistas con visados de estudiante extranjero en los campus universitarios. Después vienen por los titulares de tarjetas de residencia. A continuación, por los ciudadanos estadounidenses que luchan contra el genocidio israelí o el fascismo rampante. Y luego vienen por ti. No porque hayas infringido la ley sino porque la monstruosa maquinaria del terror necesita un suministro constante de víctimas para mantenerse en pie.

Los regímenes totalitarios sobreviven luchando eternamente contra amenazas mortales y existenciales. Una vez erradicada una amenaza, inventan otra. Se burlan del estado de derecho. Los jueces, hasta que son purgados, pueden condenar esta ilegalidad, pero no tienen ningún mecanismo para hacer cumplir sus fallos. El Departamento de Justicia, entregado a la aduladora de Trump, Pam Bondi, está, como en todas las autocracias, diseñado para bloquear la aplicación de la ley, no para facilitarla. No quedan impedimentos legales que nos protejan. Sabemos adónde va esto. Ya lo hemos visto antes. Y no es nada bueno.


Chris Hedges es autor y periodista ganador del Premio Pulitzer, corresponsal extranjero durante quince años para The New York Times.

Este artículo fue publicado originalmente en inglés en el blog The Chris Hedges Report el 10 junio de 2025 y traducido para Misión Verdad por Spoiler.

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