Jue. 21 Noviembre 2024 Actualizado 3:45 pm

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Roberto Enríquez ha copiado textualmente aspectos centrales de la narrativa de Javier Milei (Foto: Tairy Gamboa / Crónica Uno)

Roberto Enríquez: la versión tapa amarilla de Javier Milei

Para un político, independientemente de su signo ideológico, la irrelevancia es quizás la peor de las condenas. Pero si, además, el vientre partidista del cual proviene, en el cual hizo carrera y trayectoria, pierde el lugar de preponderancia que tuvo en algún momento o periodo histórico, las aspiraciones personales a futuro se tornan trágicas.

Este es el caso de Roberto Enríquez, político venezolano de difícil reconocimiento en el radar, representante de aquella ruina arqueológica de la política venezolana llamada Copei, hoy sumergido en el callejón sin salida administrativo de una tóxica repartición de bienes, logos, colores y tarjeta entre distintos miembros y exdirigentes.

En la última década Roberto Enríquez se ha labrado su propio hundimiento, con un éxito que marca la diferencia entre sus pares. En 2014 participó en la mesa de diálogo con el gobierno, lo que le adjudicó el odio del ala extremista del antichavismo.

Luego de una estancia prolongada en la embajada de Chile, desde la cual se posicionó contra la Constituyente y el apoyo de una parte de Copei al candidato presidencial Henri Falcón en los comicios de marzo de 2018, salió mediante negociaciones para participar en el diálogo de México en 2021.

En este recorrido, oscilando de un extremo a otro, Enríquez se volvió un OVNI de la política venezolana. No es un "alacrán" merecedor de ataques de la ultraderecha, y tampoco es un "moderado" que se destaque por peso propio. Un político insípido para todo el arco político.

En el contexto de anuncio de primarias opositoras, Enríquez decidió lanzarse al ruedo sobre la base de un cálculo bastante primitivo: abrazar las ideas y la narrativa "políticamente incorrecta" del libertario argentino Javier Milei como un atajo para salir del anonimato, dándole vida al meme de Bart Simpson que golpea la olla para llamar la atención.

En la mente de Enríquez, la lógica de este movimiento no tiene ninguna falla. Si Milei se ha transformado en un fenómeno político y mediático en Argentina a fuerza de declaraciones disruptivas y propuestas extremas en el ámbito económico, a tal punto de catapultarse como una posible opción presidencial ganadora en las encuestas, el resultado debe ser automáticamente el mismo para él en Venezuela.

Pero ese procedimiento mental de comprar ya empaquetadas las ideas desde el extranjero, para luego revenderlas en el mercado venezolano con fines de especulación electoral —invertir poco, ganar mucho, la fórmula de éxito de Fedecámaras— es un problema de todo el espectro opositor, por más que el caso de Enríquez sea el que lo exprese de la forma más demoledora y deprimente posible.

No se ha tratado de una adaptación, de una exégesis, ni siquiera de una traducción con matices para guardar las formas. No. Roberto Enríquez ha copiado textualmente aspectos centrales de la narrativa de Milei para convertirlos en su oferta electoral de campaña.

El precandidato a las primarias ha indicado que su primera medida al llegar al poder sería cerrar el Banco Central de Venezuela, una de las propuestas más repetidas por el anarcocapitalista argentino. El tono antisistema, de contestación a la política tradicional —"la casta"— tan característico en Milei, también ha sido replicado con exactitud.

En una entrevista para Efecto Cocuyo Enríquez afirmó que cerrar el BCV es una forma de "quitarle poder a los políticos para decidir cuánto vale la plata de la gente e iniciar el plan de reactivación económica del país".

Pero la maniobra de copia y pega de Enríquez quedaría incompleta sin usar el recurso de la polémica, en el mismo registro discursivo de Milei. Recientemente Roberto llamó a crear un "frente nacional" contra el aborto y la ideología de género, tomando para sí uno de los principales ganchos narrativos que han hecho del libertario una especie de influencer de lo "políticamente incorrecto".

A esta transposición literal de ideas, propuestas y narrativas se le suma la intención de Enríquez de formar parte del mismo club de suggar babys que Milei.

Steve Hanke, un reconocido psicario financiero estadounidense, un "halcón dolarizador", quien ha dado su apoyo al argentino, también está detrás de las propuestas económicas que Enríquez se esfuerza por presentar como propias. El precandidato no hace ningún esfuerzo en ocultar que, también en este caso, funciona como una empresa importadora. Sobre Hanke, Enríquez afirmó en otra entrevista:

"Nosotros encontramos a un señor que se llama Steve Hanke, que es un economista y el padre de la Junta Monetaria, y es el que salvó economías en Asia, Europa, toda la Europa Balcánica después de la guerra de Yugoslavia. El las salvó, y pudimos contactarlo, a través de él hemos logrado que nos presente un plan. Nuestro plan es el plan Hanke. ¿De qué trata? Cerrar el Banco Central de Venezuela, acabar con la discrecionalidad política en la emisión de moneda; sanear la moneda; la creación de la Junta Monetaria".

Roberto Enríquez, aunque la evidencia aturde, tal vez piensa que nadie se ha dado cuenta de que intenta salvar su carrera política copiando a Javier Milei.

Para el antiguo líder de Copei también parece que ya a estas alturas importa poco la demolición del marco ideológico —la democracia cristiana— en la cual se forjó y las contradicciones en las que está incurriendo en medio de su extraña mímesis con Milei.

Cerrar el Banco Central, sueño húmedo de los anarcocapitalistas, está en franca contradicción con el ideario socialcristiano de un Estado garantista y social. Un país diseñado para el beneficio de inversionistas, como deja entrever Enríquez en su entrevista con Crónica Uno, es lo más alejado a la doctrina social de la iglesia como se ha entendido históricamente, aunque tal cosa ya no exista en la actualidad.

El arroz con mango se profundiza cuando ese neoliberalismo extremo se une a una visión ultraconservadora sobre el aborto y la ideología de género, y al mismo tiempo asistencialista y estatista, cuando propone que el dinero del país sea invertido en un sistema de cuidado y educación de niños y niñas de madres que decidieron abortar.

Combinar liberalismo, conservadurismo y estatismo para coberturas sociales que gestionen problemas individuales es sencillamente una demencia doctrinal sin ningún tipo de asidero en la realidad. Un producto tapa amarilla. Pero, ¿qué otra cosa se podía esperar de Enríquez?

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