Con una mezcla de show mediático y cálculo estratégico, Donald Trump volvió a estremecer el tablero global. El anuncio de nuevos "aranceles recíprocos" se suma a una serie de movimientos que apuntan a redibujar el mapa del poder mundial, con el Ártico, Ucrania y los pilares del comercio internacional en el centro de una jugada que combina diplomacia agresiva, tensiones geoeconómicas y ambiciones imperiales.
Esta semana sacudió al mundo. Con una inigualable eficacia en sus campañas de propaganda, el gobierno del magnate ha logrado, nuevamente, tener a todo el mundo en ascuas. Esta vez, con el anuncio de los denominados "aranceles recíprocos".
Desde que asumió el 20 de enero, la escalada por concentrar la atención global fue in crescendo. Primero, una conversación telefónica con su par Vladímir Putin dio un giro radical en una vieja enemistad entre Washington y Moscú. La jugada fue inteligente: Estados Unidos, como líder de la OTAN, pasó del bando de los perdedores en la guerra en Ucrania a la de los "negociadores por la paz".
Segundo. Pocos días después, todo el foco global se centró en su amenaza de dar un salto voraz contra Canadá, Groenlandia y el canal de Panamá, además del rebautismo del golfo de México como golfo de América, cumpliendo, en este último caso, la consigna básica de los imperios: "Nombrar es dominar".
Esta movida es altamente significativa. No es necesario recalcar el valor estratégico del canal de Panamá, uno de los siete puntos cruciales del planeta para el comercio internacional marítimo, pero se sabe mucho menos sobre la importancia del polo norte, o Ártico, y del papel de Groenlandia/Dinamarca y Canadá en esa región.
Hay ocho países que extienden su soberanía en el Ártico. Rusia, que desde siempre ha desarrollado en su "flanco norte" una política muy activa —bases militares, megapuertos, centros de investigación, etcétera—, es la que tiene la mayor extensión, casi la mitad del territorio polar. Le siguen en amplitud de superficie Dinamarca —por su posesión de Groenlandia— y Canadá. Los otros cinco son Estados Unidos —por el límite de Alaska con esa región—, Islandia, Suecia, Noruega y Finlandia. Salvo Rusia, son todas naciones integrantes de la OTAN —Finlandia y Suecia se incorporaron en el 2023 y 2024, respectivamente—.
China también mira al norte. En 2018 publicó el documento "Política de China para el Ártico", en el que manifiesta su intención de extender la Ruta de la Seda hacia ese océano y así establecer un corredor que cruce el círculo polar y conecte tres nudos económicos: América del Norte, Asia Oriental y Europa Occidental. Según el documento, a través de esa vía, por ejemplo, el viaje de un barco comercial desde Rotterdam a un puerto chino se reduciría de 48 a 20 días. En enero de ese año Rusia invirtió 300 mil millones de dólares en la Ruta de la Seda del Ártico.
La tercera operación híbrida
A estas dos operaciones híbridas —dado que incluyen una mezcla de histrionismo y show mediáticos con un objetivo muy serio de cambio geopolítico profundo— se sumó, a fines de marzo, el griterío en la Casa Blanca contra el presidente de Ucrania, Vladímir Zelenski, y la confesión del presidente estadounidense de haberse "decepcionado" de Putin.
El enojo de Trump se produjo a partir de una propuesta de su par ruso quien, curtido por varias promesas incumplidas por parte de Occidente, planteó que para firmar "documentos legítimos" y tener "garantías de su cumplimiento" debería haber en Ucrania un "gobierno competente que tuviera la confianza del pueblo". Zelenski cuenta con apenas 4% de popularidad en Ucrania.
"Podríamos ver con Estados Unidos, también con los países europeos y con nuestros socios y amigos, la posibilidad de establecer en Ucrania un gobierno de transición, por supuesto, bajo el auspicio de la ONU", dijo Putin. La reacción de Trump, quien según sus propias palabras "se enojó mucho, aunque se disipará rápidamente si Putin hace lo correcto", fue amenazar con nuevas sanciones económicas. "Si no logramos llegar a un acuerdo para detener el derramamiento de sangre en Ucrania, y si creo que fue culpa de Rusia, que podría no serlo, voy a imponer aranceles secundarios a todo el petróleo que salga de ese país", advirtió.
A pesar de todo, la negociación entre Washington y Moscú no se paralizó. El pasado 2 de abril, mientras el anuncio de Trump sobre la imposición de aranceles "recíprocos" a las importaciones —a 160 de los 200 países que existen en el mundo— provocaba todo tipo de sorpresas y rencores, llegaba a Washington, por primera vez desde que se inició el diálogo bilateral, un enviado del Kremlin: Kirill Dmitriev.
Dmitriev, uno de los hombres política y financieramente más expertos de Rusia, es director general del Fondo Ruso de Inversión Directa (FRID) desde su creación por Putin y el entonces primer ministro Dmitri Medvedev, en 2011. El FRID tuvo una actuación destacada en la creación de la vacuna Sputnik durante la pandemia de covid 19, entre otros logros.
Tanto Dmitriev como el fondo de inversión están bajo las sanciones impuestas a Rusia por la guerra en Ucrania. No obstante, el ruso viajó a Washington y el mismo miércoles se reunió con el empresario y negociador de Trump, Steve Witkoff, para continuar el "deshielo" entre ambas potencias.
Dmitriev se mostró satisfecho con el encuentro. Según trascendió, además del tema bélico se habló de todo tipo de negociaciones, desde la producción de minerales críticos hasta una posible cooperación en el Ártico. Según la prensa rusa, EE.UU. estaría también interesado en que empresas estadounidenses ocupen los "espacios vacíos dejados por las compañías europeas que se han marchado".
Si es así, se trata de un nuevo reconocimiento explícito del actual gobierno norteamericano de que el orden unipolar ya no existe, ni volverá a existir.
Día de la Liberación
Ya lo había anticipado el economista y exministro de Finanzas de Grecia, Yanis Varoufakis: Trump tiene un master plan. Según escribió el griego el pasado jueves 4 de abril, al referirse a los aranceles impuestos por Trump, el presidente megamillonario, consciente de la grave situación en la que se encuentra su país, ha decidido dar "un golpe colosal a la economía global".
"Trump no es el primer presidente que busca la desintegración controlada de la economía mundial mediante un golpe devastador. Tampoco es el primero en perjudicar deliberadamente a los aliados de EE.UU. para renovar y prolongar su hegemonía. Ni el primero dispuesto a perjudicar a Wall Street a corto plazo en el proceso de fortalecer la acumulación de capital estadounidense a largo plazo. Nixon ya había hecho todo eso medio siglo antes", escribió Varoufakis en su último artículo "¿Será el Shock Trump tan trascendental como el Shock Nixon?".
Varoufakis entiende la necesidad de una conmoción, pero el plan de Trump, según él, "está destinado al fracaso, como todos los ataques imprudentes al orden imperante".
En pleno terremoto es difícil e inútil ensayar hipótesis. El mismo Trump compara la medida con "un enfermo recién operado", es decir, hay que esperar un tiempo de convalecencia para ver los resultados. En EE.UU. figuras de relevancia como el Premio Nobel de Economía, Paul Krugman, o el exsecretario del Tesoro, Larry Summers, creen que la idea de los aranceles es pésima.
Para algunos analistas extranjeros la decisión de Trump es más un arma geopolítica y económica de negociación que una medida para potenciar la industria y el empleo en su país. El diario chino Global Times, muy ligado al Partido Comunista, por ejemplo, entiende que se trata de "una táctica de negociación para maximizar la influencia estadounidense". Para otros, en cambio, el magnate busca una revolución económica mundial y el fin del sistema "Bretton Woods", impuesto al terminar la Segunda Guerra Mundial.
Habrá réplicas, reacomodamientos y replanteos. Es inevitable. Se trata de un nuevo capítulo en el actual tránsito irreversible hacia un nuevo mundo.
Este artículo fue publicado originalmente en El Destape de Argentina el 6 de abril de 2025.