Jue. 18 Abril 2024 Actualizado 6:45 pm

El ser cultural y el chavismo

Antes de intentar esbozar un concepto de cultura es necesario precisar que, si bien el cerebro es el órgano del pensamiento, realmente quien piensa es la sociedad. Esto no implica que el acto deje de ser un hecho individual, sino que está condicionado por el pensamiento y la historia del lugar donde uno se desenvuelve.

Con esto vale decir que todo pensamiento pertenece a la forma preestablecida. Y aunque la sociedad sea una entidad un poco más abstracta que un ser humano, no implica que el cerebro de esta no opere, también, como una entidad psíquica. Esto se debe a que el cerebro social está construido por gente en un proceso constante de crear y recrearse a sí mismo. Según el psicólogo social Pablo Fernández Christlieb, el pensamiento de la sociedad y el individual no tienen lógica, sino forma.

“La cultura es la inseparabilidad de todo. La cultura es aquello dentro de lo cual vivimos, con lo cual pensamos y sentimos, y que no aparece en ninguno de los aparatos de medición o clasificación”, dice el mexicano. Para la cultura todo es real, aunque hayan verdades que no estén verificadas.

Entendiendo que la realidad es todo lo que pasa, incluyendo las desgracias y las cosas que no nos gustan, se puede decir que la cultura recoge el pensamiento completo de la sociedad puesto que no distingue entre el conflicto ciencia-mística, sino que en ella todo esto está disuelto y unido, lo interior y exterior, sentir y pensar, son una misma cosa.

Entonces, la cultura es el conjunto de rasgos, prácticas, saberes y dispositivos, simbólicos o no, que configuran la identidad de la sociedad, de los pueblos en su esencia más primaria, y esta siempre está en un proceso constante de transformación y tensión, desde afuera y desde adentro.

Esto último es clave para entender que la cultura es un proceso vivo que se desenvuelve en un constante hacerse y deshacerse, que es un hecho que se puede registrar, pero es muy poco lo que queda porque la cultura es un hecho más cabalgable por quienes la comparten. ¿Las manifestaciones artísticas son un signo representativo de la sociedad y de su espíritu? Sin duda alguna, pero siempre queda algo por decir porque son fenómenos respirables que cuando se buscan ya no están y aparecen cuando los pueblos se conectan como un solo ente: paradojas.

Claro, también es posible interrogar la cultura de una sociedad a través de los objetos que produce, los pensamientos que desarrolla, la historia que cuenta de sí misma y el lenguaje inmaterial con el que la expresa. Sin embargo, si apelamos a la idea cósmica de que todo lo que se aleja del núcleo pierde intensidad, así también el que se distancia del centro donde confluye lo más representativo de un pueblo pierde la capacidad de entenderlo.

Todo parece indicar que los procesos humanos establecen unas murallas simbólicas tanto para los que saltaron el muro como para los que vienen de afuera. Los laboratorios para estudiar el chavismo en su dimensión histórica-global saben mucho de eso.

Esa tensión que referí anteriormente está determinada por el quehacer diario y, en nuestro caso, por los 500 años que conforman nuestra historia moderna. Si somos capaces de reconocernos en ella nuestra edad adquiere las dimensiones de la sociedad entera; por eso sentimos y vivimos los hechos que no pudimos presenciar.

Quien se conecta culturalmente junta la naturaleza, la mística y la ciencia sin la necesidad de distinciones, categorías o jerarquizaciones, tampoco de nombrarla porque es integrante de esa realidad, no un observador foráneo o un participante a medias. Y tal vez no lo note porque está inmerso en ella al punto de que se disuelve con el resto de las cosas.

Aunque parezca un chiste, el año pasado circuló un artículo en el que se expresaba que la cultura venezolana se había ido del país a causa de la crisis. Para estos “genios”, al parecer la cultura de una nación está circunscrita a unos cuantos escritores y artistas que aprovecharon el momento para recibir su número en la verbena del éxito. Lo realmente risible es que ni siquiera intentaron buscar el centro.

En el texto se mostraba a un país gris como si hubiera perdido el alma, incapaz de sobreponerse al duelo por la pérdida de sus figuras “más representativas”. No reconocer que el país mismo es la cultura y viceversa es una forma de matarlo con intención.

Lo mismo dicen de la intelectualidad venezolana. Para muchos, Venezuela y el chavismo están vaciados de contenido porque sus académicos se fueron del país o son antichavistas.

Estos intelectuales y artistas no han dado con la fórmula para entender la inmanencia del chavismo como accidente en la historia política nacional y global, tampoco su pragmatismo con el que ha sobrevivido al bloqueo, golpes de estado y todas las formas de guerra que se han aplicado.

Sin querer agregar elementos cosmogónicos o mágicos, aunque siempre estén presentes, vale decir que para acercarse a cualquier forma de cultura es necesario un principio de honestidad del que quiere saber y conocer. De esto dependerá, en gran medida, la cercanía con esos procesos humanos.

Entendiendo que la sociedad funciona como un cerebro y que en la cultura no todo está dicho, la idea de este espacio es tratar de jugar a conseguir la razón por la cual se coló y se fijó el chavismo como una idea imperecedera que sobrevive al tiempo y las vicisitudes. La idea es un tanto arriesgada porque eso implica buscar el espíritu nacional, inatrapable por su cualidad fantasmal, como un hecho mítico que funge como espacio físico donde se desarrolla nuestra sociedad. El juego es algo serio y las paradojas se resuelven solas.

— Somos un grupo de investigadores independientes dedicados a analizar el proceso de guerra contra Venezuela y sus implicaciones globales. Desde el principio nuestro contenido ha sido de libre uso. Dependemos de donaciones y colaboraciones para sostener este proyecto, si deseas contribuir con Misión Verdad puedes hacerlo aquí<