Los recientes pasos —y pausas— del presidente Luiz Inácio Lula Da Silva en el ámbito diplomático develan que algo en Itamaraty (la Cancillería de ese país) está fuera de control, lo que según analistas ha derivado en "una política exterior confusa, temerosa, sin visión estratégica".
Esta semana su perfil diplomático tendrá que presentar otra prueba en la Cumbre del G20, que comienza con la zozobra respecto a si Estados Unidos, pronto bajo el liderazgo de Donald Trump, cumplirá los compromisos acordados, dada su tendencia a debilitar el multilateralismo.
Además, hay incertidumbre respecto a las diferencias entre los asistentes sobre cómo abordar la guerra en Ucrania con vistas a alcanzar un documento final de consenso.
El gobernante ha debido reformatear sus nexos políticos luego de apoyar abiertamente la candidatura presidencial de la demócrata Kamala Harris. Terminó por felicitar —y, como es su costumbre, aleccionar— a Trump después de que venció en los comicios.
Una señal de dicha reconfiguración ha sido el contragiro de su discurso hacia Venezuela, pero hay más señales que denotan una deriva en su posicionamiento geopolítico respecto a las disputas globales que, en el mejor escenario, amenaza su aspiración de liderazgo regional.
Dando tumbos respecto a Venezuela
Luego de que el gobierno que encabeza Lula impidiera que Venezuela fuera aceptada como socio en los Brics, algunos detalles al respecto fueron contados por el mismo presidente venezolano, Nicolás Maduro, quien expuso que durante las conversaciones privadas previas a la Cumbre realizada en Kazán, en octubre pasado, la cancillería brasilera "manifestó de clara voz y directo que no vetaba a Venezuela".
Durante la Cumbre, los representantes de Brasil operaron de manera contraria y obstaculizaron el ingreso de Venezuela, lo que generó roces entre ambos gobiernos. Mucho más cuando el asesor especial para asuntos internacionales de Lula, Celso Amorim, atribuyó el "malestar" de Brasilia a la "promesa incumplida" del presidente Maduro de publicar las actas que respaldan el resultado oficial de los comicios del 28 de julio.
Esto lo hizo a finales de octubre pasado durante una audiencia pública de la Comisión de Relaciones Exteriores y Defensa Nacional de la Cámara de Diputados de Brasil, confirmando el giro de la diplomacia brasilera hacia Venezuela y dejando claro su alineamiento con el permanente intervencionismo de Estados Unidos y la Unión Europea.
La respuesta desde Caracas fue llamar a consultas al embajador venezolano en Brasilia, Manuel Vadell; y convocar al encargado de negocios de Brasil, Breno Hermann, con el objeto de "manifestar su más firme rechazo a las recurrentes declaraciones injerencistas y groseras de voceros autorizados por el gobierno brasileño".
Entretanto, el presidente Maduro instó a Lula a manifestarse respecto a la situación, mientras el exsindicalista brasilero se mantuvo en silencio hasta que, luego del triunfo electoral de Trump, declaró que "Maduro es un problema de Venezuela, no un problema de Brasil".
También evidenció la naturaleza de su "contragiro" respecto a los resultados del 28J, que fueron ratificados por el Tribunal Supremo de Justicia venezolano, al decir: "Yo no tengo derecho a estar cuestionando la corte suprema de otro país porque yo no quiero que ningún país hago lo propio con la mía".
La prensa corporativa reiteró que Lula "había perdido la paciencia" con Maduro. Sin embargo, en su momento el mandatario venezolano señaló: "Yo prefiero ser cauteloso y esperar. No soy inocente, pero sí buena gente. Prefiero esperar a que Lula observe, esté bien informado de los acontecimientos y él, como jefe de Estado, en su momento diga lo que tiene que decir".
Los hechos indican que la clave era esperar a que las cosas se desarrollaran; el contragiro de Lula evidenció la consecuencia de un tropiezo. En el escenario de que la administración Trump cometa actos de injerencia y aliente golpes por distintas vías en su contra, el líder brasilero no tiene asegurada la estabilidad de su gobierno.
Entre otros factores críticos está la coalición que lo llevó al Palacio de Planalto, conformada por partidos de "centroderecha" y "centroizquierda" que podrían traicionarlo como lo hicieron contra Dilma Rouseff en 2015.
Se trata del Movimiento Democrático Brasileño (MDB, con mayor representación en la Cámara Baja del Congreso), el Partido Social Democrático (PSD), el Partido Progresistas (heredero de Arena, partido de la dictadura militar), el Partido Verde (PV) y el Partido Socialista Brasileño (PSB), al que pertenece su vicepresidente, Geraldo Alckmin.
Al ser consultado si el triunfo de Trump pudiera reforzar a Bolsonaro, Celso Amorim, el principal asesor de Lula, dijo que "la economía brasileña se está fortaleciendo. Lula sabe cómo dirigir de tal modo que no se radicalicen sus oponentes".
El paso en falso con Estados Unidos
Se espera que las relaciones entre Brasilia y Washington sean ásperas por una razón mayor: más allá de la abierta preferencia de Lula por un gobierno demócrata, está la estrecha relación de la extrema derecha del expresidente Jair Bolsonaro, su contrincante en las pasadas elecciones brasileras, con un sector del Partido Republicano.
Entre otros elementos, destaca el hecho de que el hijo de Jair, el congresista Eduardo Bolsonaro, estuvo en la reunión del "consejo de guerra" del 5 de enero de 2021, evento donde supuestamente se fraguó la toma del Capitolio en Washington. Además es el representante de América del Sur en la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC).
Otro elemento de peso es que el Partido de los Trabajadores (PT) ganó 248 ayuntamientos, más que los 182 de 2020, pero muy lejos de los 624 de 2012. Mientras que el Partido Liberal (PL) de Bolsonaro ganó en 510 municipios, lo que confirma un avance de la derecha y perfila un eventual ascenso al poder de ese sector, que aun permanece dividido.
Además, al referirse a Venezuela y su Poder Judicial, el presidente pudiera esperar las secuelas de la reciente disputa legal del Supremo Tribunal Federal con el magnate Elon Musk, patrocinante de Trump y postulado para formar parte del gabinete estadounidense.
La decisión judicial de obligar a que la red social X, propiedad de Musk, retirara determinadas cuentas, pagara multas y nombrara un representante legal en Brasil, podría ser otra carta guardada contra las instituciones del país amazónico.
El Comité Judicial de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, presidido por el republicano Jim Jordan, publicó un informe provisional titulado "El ataque a la libertad de expresión en el extranjero y el silencio de la administración Biden: el caso de Brasil", en el que acusa al Estado brasilero de una "campaña de censura" y "presenta un sorprendente caso de estudio de cómo un gobierno puede justificar la censura en nombre de detener el llamado discurso de 'odio' y la 'subversión' del 'orden'", dice el portal del Comité.
Vacilaciones de cara a los Brics
Otro frente en el que la política exterior de Lula se ve deslucida es los Brics. El veto a Venezuela ha expuesto cómo, mientras Lula dice apuntar hacia la multipolaridad, un organismo eminentemente técnico para asesorar al gobierno, como Itamaraty, ha ido adoptando posiciones políticas cada vez más independientes y hasta contra el disurso del presidente.
La posición brasilera respecto a los ingresos de nuevos países al grupo ha sido cautelosa, cuando no negativa. Esto ha contrastado con la de China y Rusia, que han buscado que el bloque crezca y muchos países puedan desarrollarse sin depender de Occidente.
La concepción geopolítica de Planalto e Itamaraty contempla un desplazamiento gradual hacia la multipolaridad, pero sin romper los lazos estratégicos de Brasilia con Washington y Bruselas, de allí la posición reciente respecto a la participación de Venezuela en los Brics.
Un análisis del Instituto Lowy destaca que Brasil, junto a la India, no quiere que el bloque multipolar se convierta en un vehículo de confrontación con Occidente sino que lo ven como una forma para que el Sur Global navegue sobre la rivalidad entre China y Estados Unidos.
Por otra parte, el medio brasilero Globo publicó una entrevista a Amorim en la que descartó la adhesión de Brasil a la Franja y la Ruta de la Seda (BRI, por sus siglas en inglés) y habló, en cambio, de "sinergia" de proyectos. Esto generó controversia y, según analistas, tuvo mala aceptación en China.
La palabra "sinergia" fue repetida por el ministro de Finanzas, Fernando Haddad, al analista Miguel do Rosário en un diálogo, lo que denota un alineamiento desde la vocería gubernamental, pero también es calificado de "retroceso estratégico, de enormes proporciones y consecuencias geopolíticas, en la relación de Brasil con China".
El hecho de que el avance de proyectos con China se limite a lo bilateral denota, como dice Evandro Menezes de Carvalho, que "China tiene una visión y una ejecución de la política exterior en América del Sur más integradas que el propio Brasil".
Desde el país sudamericano hay perplejidad por los arranques pseudonacionalistas de algunos funcionarios diplomáticos debido a que, si por algo es conocida la doctrina china de cooperación internacional, es por su casi inexistente nivel de coerción.
Hay otros elementos por sumar a la deriva geopolítica que vive Brasil: el gobierno venezolano develó la actuación del embajador Eduardo Paes Saboia, secretario de Itamaraty para Asia y el Pacífico, mediante un comunicado emitido al final de la cumbre de Kazán.
Según el texto, la representación de Itamaraty, liderada por el funcionario brasilero, "decidió mantener el veto que Bolsonaro aplicó a Venezuela durante años, lo cual reproduce el odio, la exclusión y la intolerancia promovidos desde los centros de poder occidentales para impedir, por ahora, el ingreso de la Patria de Bolívar a esta organización".
Paes Saboia es célebre por haber visitado, en 2015, al prófugo de una condena por homicidio, Leopoldo López, cuando estuvo internado en la penitenciaría militar de Ramo Verde. También por haber cooperado en la fuga del entonces senador boliviano, Roger Pinto Molina, condenado por corrupción y acusado de varios delitos en su país.
El embajador es conocido por sus posturas antiBrics y antiChina. Esto ha sido calificado de "totalmente contraproducente, casi irracional" para la importancia estratégica del cargo que ocupa. El principal negociador brasileño en el bloque, el mismo que representa a Brasil ante China, es conocido por sus posiciones políticas reaccionarias, razón por la cual fue designado para el cargo por Bolsonaro.
Estados Unidos y Europa han buscado reafirmar la unipolaridad mediante el dominio del capital financiero, aun cuando líderes de los Brics como Lula y el presidente ruso, Vladímir Putin, han manifestado que no se dirigen contra nadie y solo se quiere lograr el desarrollo para sus países integrantes.
Como se sabe, ningún cuerpo soporta la continua tensión, por lo que deriva en el reposo o la desintegración total. Es posible que estas sean las opciones para la diplomacia de Lula al intentar forzar un equilibrio ante las posturas unilaterales que se avizoran desde el gabinete conformado por Trump.
Es posible que cerrando puertas a gobiernos que pudieran ser aliados, termine abriendo puertas a alternativas reaccionarias que sí convertirían a Brasil en el protectorado que, desde Washington, siempre se ha soñado.