Mar. 05 Noviembre 2024 Actualizado 11:37 am

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La impronta de Washington en la política exterior brasileña se hace cada vez más reconocible (Foto: Archivo)
Brasil y su no tan sutil inclinación hacia la órbita estadounidense

Celso Amorim: "menos BRICS y más G20"

En un comunicado reciente el presidente de la Asamblea Nacional (AN), Jorge Rodríguez, anunció la intención de solicitar ante el organismo legislativo que se declare al asesor de asuntos internacionales del gobierno de Brasil, Celso Amorim, como "persona non grata" en Venezuela.

Esta petición surgió tras las declaraciones del funcionario brasileño, quien el martes afirmó ante la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara de Diputados del Congreso que su país no reconoce los resultados electorales del 28 de julio, que dieron la victoria al presidente Nicolás Maduro. También hizo mención del veto de Brasil a la incorporación de Venezuela en los Brics.

Rodríguez destaca en el texto publicado que, en la serie de contactos que Amorim tuvo con el gobierno venezolano antes de las elecciones del 28 de julio, el consejero brasileño repetía constantemente referencias a Jake Sullivan, Asesor Nacional de Seguridad de los Estados Unidos, lo que dejaba traslucir una sinergia cercana a la aprobación de las actuaciones brasileñas, que se suponen soberanas. 

"En todas esas conversaciones, y de manera curiosa, se notó que repetía frases como 'una letanía' o muletilla 'Jake opina esto, Jake pide lo otro', lo que nos llevó a cuestionar si Amorim actuaba como enviado del presidente Lula Da Silva o como un agente especial de la Casa Blanca", se lee en el comunicado.

Las mentiras de Amorim 

Como asesor presidencial Celso Amorim ejerce una influencia considerable en la formulación y ejecución de la estrategia internacional de Brasil, incluso superando al propio canciller, Mauro Vieira. Su responsabilidad abarca la mediación de su país en asuntos internacionales complejos, como los de Gaza y Ucrania, así como de hacer seguimiento de las relaciones bilaterales con China. 

En lo que respecta a Venezuela, representó a Brasil en su intervención en la disputa territorial sobre la Guayana Esequiba, al participar en la mesa de diálogo de alto nivel entre el presidente Nicolás Maduro y su homólogo guyanés, Irfaan Ali, que culminó con el Acuerdo de Argyle; así como el enviado del presidente Lula en las elecciones presidenciales del 28 de julio.

El presidente del parlamento venezolano, en su comunicado, desmiente las declaraciones de Amorim en su comparecencia ante la Cámara de Diputados brasileña. Allí señala que "simplemente miente" en relación a la figura de Brasilia como garante de los Acuerdos de Barbados: 

"Los facilitadores de ese acuerdo fueron: Noruega —que nunca facilitaron nada, todo hay que decirlo— y México —siempre solidario y respetuoso—. Los acompañantes fueron los gobiernos de Rusia y del Reino de Países Bajos. Jamás existió la figura de 'garante' porque Venezuela jamás ha aceptado, ni aceptará, representaciones que aludan a ningún tipo de tutela ni de 'garantia'".

En cuanto a la reunión en el Palacio de Miraflores, Rodríguez recuerda:

"El presidente Maduro le dijo una y otra vez que, solventados los obstáculos derivados del ataque cibernético brutal contra el sistema electoral perpetrado por el extremismo derrotado y sus aliados, los resultados serían divulgados por el ente comicial. En efecto así ocurrió: el Consejo Nacional Electoral publicó los números arrojados por las máquinas electorales y el Tribunal Supremo de Justicia de Venezuela ratificó, en sentencia inapelable, la voluntad absoluta del pueblo de Venezuela".

Por último, critica la "doble moral" de Brasil en relación a la no injerencia en los asuntos internos de otros países. 

"¿Cuando Jair Bolsonaro desconoció los cómputos que dieron como ganador de las elecciones de 2022 al presidente Lula, y convocó con los mismos argumentos que utilizaron aquí a golpes de Estado y a la violencia, Venezuela defendió firmemente el resultado emanado de la expresión de los votantes y la elección de Lula".

La evolución del discurso en torno a la incorporación de Venezuela a los Brics también pone de manifiesto un juego de doble cara. Si bien el presidente Lula Da Silva había manifestado su respaldo a la adhesión venezolana al bloque en mayo de 2023, tras el veto en la cumbre de Kazán Amorim ofreció una explicación ambigua

"Quizá aun no sea posible llegar a una conclusión. No me preocupa si Venezuela entra o no, no estamos haciendo un juicio moral o político sobre el país en sí. En los Brics hay países que practican determinados tipos de régimen y otros tipos de régimen. La cuestión es si tienen capacidad, por su peso político y su capacidad de relación, de contribuir a un mundo más pacífico".

El consejero presidencial señaló, de forma notoriamente vaga, que no se debería establecer una regla rígida para integrar futuros socios y que la entrada debería estar abierta a países que impulsen el desarrollo y la gobernanza global pero, al mismo tiempo, declaraba la oposición de su país al ingreso de Venezuela. 

Después de evitar una postura contundente, finalmente, en unas declaraciones ante la Cámara de Diputados, termina arguyendo que el presidente Maduro "hizo promesas que nunca cumplió" y ahora la confianza está "rota", lo cual tergiversa lo conversado con el gobierno venezolano sobre la publicación de los resultados electorales. ¿Un hablante para cada ocasión?

El G20 por encima de los Brics 

El 18 de julio de este año, el centro de pensamiento Fondo Carnegie para la Paz Internacional publicó una conversación con Celso Amorim en la que se abordaron temas como "¿Cuál es la visión del presidente Lula sobre su liderazgo mundial? ¿Hacia dónde se dirigen las relaciones bilaterales entre Estados Unidos y Brasil?", según la reseña de la organización sobre el encuentro.

"Muchos defensores de la democracia de todo el mundo exhalaron tras la elección del presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva (...) y confiaron en una mayor cooperación en la escena mundial. Sin embargo, aunque existen áreas de acuerdo, Estados Unidos y Brasil no siempre coinciden en grandes retos como la guerra en Ucrania y el papel de China en el mundo. El actual liderazgo de Brasil en el G20 ofrece una oportunidad única para hacer valer su visión e influir en la agenda”, dice el texto.

Dan Baer, representante de Carnegie y conductor del evento, fue embajador de EE.UU. ante la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) entre 2013 y 2017.

En el transcurso de esta charla, que tuvo lugar antes de las elecciones presidenciales en Venezuela y de la Cumbre de los Brics, Amorim dejó en claro su afinidad intensiva al gobierno de Estados Unidos, destacando su cercanía con Jake Sullivan. También mostró su preferencia por el G20 y relegó a los Brics a un papel secundario como herramienta para potenciar la influencia de dicha plataforma.

Destacó que "nunca ha habido tan buenas relaciones" entre Brasil y Estados Unidos como las que se observan actualmente bajo las presidencias de Lula y Biden. Resaltó la "buena química" entre ambos líderes y expresó su deseo de replicar esa conexión en su interacción con Jake Sullivan.

Si bien reconoció que pueden existir "diferencias en las políticas exteriores" de ambos países, Amorim considera que no son significativas en lo que respecta a la región de América Latina. "Valoramos las actitudes de Biden hacia América Latina en general", afirmó. 

Cuando Baer le pregunta sobre el énfasis que se está poniendo en los Brics, responde que el objetivo es "reforzar el G20":

"Suena contradictorio, pero no. Porque si no haces eso volvemos a lo que teníamos antes, el G7 teniendo el rol del G20. El G7 son siete países ricos que no representan el mundo (...) Cuando reforzamos los Brics, automáticamente le estamos diciendo al G7: ustedes no son suficiente (...) Si algo está cerca, no de gobernar, pero al menos darle inspiración al mundo es el G20, y al reforzar los Brics estamos enfatizando ese punto".

Dicho de otra manera: para Amorim los Brics y la apuesta del orden multipolar es un instrumento secundario cuya función principal es ser recurso de presión simbólica y discursiva a los movimientos del G20, una edición en apariencia "avanzada" del G7 —con Rusia expulsada— que reafirma el actual "orden basado en reglas".

En lugar de cuestionar la hegemonía de las potencias tradicionales, Amorim al centrarse en el G20 se inclina por la integración de algunas naciones emergentes dentro de un marco que las margina y que sigue dominado por los intereses de los países más poderosos. Amorim, visto así, más que un innovador es lo que Dominique Strauss-Kahn fue para el FMI antes de su caída en desgracia: un "capitalista avanzado" que promovía una diversificación del Fondo. 

Pero esta aspiración de reforzar el "orden basado en reglas" mediante al G20 cuenta, también, con una posición moral: ignora las aristas principales que condujeron a la guerra en Ucrania, omite cómo varios de los integrantes de la agrupación son habilitadores, protectores o defensores del genocidio en Gaza y, por lo tanto, certifica que el orden actual no requiere de innovaciones profundas, si acaso cosméticas.

¿Cuál es el verdadero juego de Brasil con amorim al frente?

Es instructivo ver el intercambio entre Amorim y Baer en su velada en el Carnegie, no solo por lo que el excanciller y exministro de defensa afirma sino también por lo que omite. Tomemos como primer ejemplo la vaguedad en su respuesta sobre la postura de Brasil hacia los países que Estados Unidos clasifica como "regímenes autoritarios" dentro del ecosistema Brics.

Y, aun más, la poco velada animadversión hacia Rusia cuando, por ejemplo, parte de su ampliación del G20, en esencia, pasa por incorporar a China e India al foro mientras que la Federación Rusa se convierte en un elefante blanco, aceptando por mampuesto su exclusión. 

La comparación equidistante que establece Amorim entre la operación militar rusa en Ucrania y la invasión estadounidense de Irak, por ejemplo, evidencia una clara inclinación hacia la narrativa occidental, y un esfuerzo por establecer cualquier matiz que comprometa su esfuerzo por consolidar su aura de estadista en la mirada de los poderes transatlánticos. 

Este patrón de ambigüedad lo vimos de igual forma en la cumbre en Kazán. El veto al ingreso de Venezuela fue un indicativo de la inclinación hacia una agenda que se muestra más alineada con Occidente que con el espíritu inclusivo de los Brics, y adoptó implícitamente la narrativa de los "regímenes autoritarios" que Washington impulsa contra gobiernos adversos a sus intereses.

Aunque Amorim demuestra sentirse cómodo por su papel en la política exterior brasileña, no se puede reducir exclusivavamente el crédito de estas acciones, que tienen un impacto geopolítico considerable.

Las decisiones son tomadas por el presidente Lula y Amorim es un parachoques con reputación en Washington. El objetivo pareciera apuntar a posicionar Brasil como un actor clave en la reconfiguración de la región latinoamericana hacia la esfera de influencia estadounidense. 

Si se toma en cuenta el lenguaje diplomático que se manifestó en Kazán, donde estuvieron presentes los jefes de Estado de los miembros principales —de suyo actores con verdadero peso global activo—, con la degradación que produjo la ausencia de Lula so pretexto de un accidente doméstico del que milagrosamente se le ve en excelentes condiciones pocos días después, comienzan a emerger respuestas.

La secuencia que condujo a la exclusión de Venezuela de los Brics no solo apunta contra Caracas propiamente sino contra los mecanismos de deliberación interna y los modos de expansión del bloque emergente. Así, además, se puede establecer una relación directa entre el desconocimiento a los resultados electorales venezolanos y su impacto directo en la pugna geopolítica global. 

De la mano de Mark Feierstein, actual figura de peso en el mundo de los think tanks pero también con una trayectoria importante en la política del Departamento de Estado —y de la Usaid— respecto a América Latina, donde en el ahora famoso informe del Wilson Center de julio destacaba un papel decisivo de Brasil en la "defensa de la democracia y la transición" en Venezuela, todo queda aun más dilucidado.

Una vez que se tenga este panorama claro, sería fundamental prestar atención a las posibles consecuencias que podrían acarrear para las iniciativas orientadas hacia un nuevo orden multipolar —consideremos la reciente declaración de Amorim sobre la negativa de Brasil a unirse a la Iniciativa de la Franja y la Ruta de Beijing—.

¿Es la Alianza de Cooperación Atlántica el ariete que consolida la desconexión de Brasil con la apuesta multipolar?

Lo que sí pareciera traslucirse, más allá del ruido blanco de las ambigüedades tácticas de Itamaraty y Planalto en varios frentes, es que opera un viraje que es imposible reducir a un asesor presidencial por más peso que tenga, lo que genera la mirada hacia el propio presidente brasileño.

¿Le hace Amorim el trabajo sucio al presidente Lula? ¿Cuánto es política de gobierno y de Estado la animadversión pasivo-agresiva contra Venezuela? 

Lo seguirán diciendo más los hechos que las palabras bienintencionadas que han forjado el patrón de los últimos tiempos: manifestación de buena fe pulverizada por las decisiones que vienen después. 

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