Cada día que pasa las aguas se aquietan, la tormenta se dispersa y el sol es más luminoso. Ahora toda duda se despeja, y ganar las elecciones del 28 de julio con Maduro como líder es la gran tarea para coronar la victoria. Pero ninguna victoria se logra con triunfalismos estériles, con celebraciones adelantadas, con flojeras justificadas en el triunfo, sino con trabajo, organización, entusiasmo, alegría, disposición, voluntad y, sobre todo, con mucha coordinación y unidad en las tareas, chequeando que se cumplan cada una de ellas para ganar las elecciones.
Estos comicios no son distintos a los anteriores. Desde 1989 se nos ha sometido a una gran guerra que, de no ser por el 4F, todavía estaríamos en una sangrienta guerra civil, con los hundidos pitillos de las grandes transnacionales chupando nuestros recursos de gratis, mientras grupos de quintacolumnas se benefician con las migajas que les arrojan las corporaciones extranjeras.
Buscar explicaciones a la conducta criminal de la oposición dirigida por María Corina y sus corifeos es tiempo perdido. Su odio, su rabia, su miedo, sus mentiras consuetudinarias, todas están sostenidas por el miedo, la ambición, la costumbre, la tradición, la imitación burda, el deseo de irse demasiado de esta mina que odian desde siempre. No es con Chávez o Maduro que aprendieron a odiarnos; su lenguaje, sus gestos, sus mohínes, son antiguos remaches del dominio que se nos impuso desde que los europeos pusieron pie en estas tierras y nos sometieron a sus modos, usos y costumbres.
En este territorio que llamamos República Bolivariana de Venezuela han transcurrido 31 años desde que los planes del capitalismo generaron la apertura de la rendija (1989) por donde estamos intentando colarnos. Muchos son los hechos ocurridos, y debemos hacer memoria de los mismos, no sólo de los promovidos por los intereses del capitalismo, sino también de los que nosotros hemos causado.
Los planes del capital nos mueven como briznas de paja. Somos millones de pobres que hoy estamos muriendo en los campos de batalla, en las grandes migraciones, en las hambrunas, en las endemias, en las drogas. Los dueños necesitan acabar con una alta porción de la mercancía-mano de obra en deterioro y obligar al restante a vivir en refugios, en tránsito, detrás de muros, cárceles, amuñuñaos en sitios de ningún valor, para vendernos por la simple subsistencia, todo esto con el interés de usufructuar los recursos finitos que aún quedan en el planeta.
Estos sucesos no son un espectáculo que debamos consumir desde una tarima y un micrófono; es la vida siendo maltratada, enyugada, sometida a penurias. Todos los pobres estamos obligados a mirar cara a cara nuestra situación. Criticar, rezar, suplicar, condenar, llorar, pedigüeñar, culpabilizar, compararnos, decir idioteces, afiliarnos ideológicamente a un bando, solo sirve para mantenernos en la tragedia. No tenemos otra alternativa: el deber está en comunicarnos. Que el círculo sea la principal forma de mirarnos, tocarnos y hablarnos.
Porque nosotros debemos saber que cuando ellos, los vende-patria, dicen “Maduro, el maldito colombiano”, en su lenguaje exterminador, por donde se cuela el caporal de ingenio esclavista, por mampuesto están vomitando su odio contra el pueblo colombiano, como si nacer en Colombia fuera una maldición que no tiene derecho a la existencia. Su prepotencia los ciega, se sienten todopoderosos, protegidos por los dueños del mundo y no les importa cómo insultan y a quién insultan, porque sencillamente se autoperciben impunes contra los pobres.
O cuando su deseo de exterminio los hace decir la verdad cruda y radical: “Y yo les digo a ustedes chavistas que apoyan esto, lo reitero, ustedes deben tener miedo. Esto no lo para nada. Ustedes van a pagar, ustedes van a recibir la justicia, y ustedes, en la Venezuela decente, tendrán que caminar mirando el piso”. Lo único que faltó es el restallar del látigo en el suelo, porque, en verdad, su gran ilusión es devolvernos a la esclavitud más aberrante, aquella en donde los esclavos sintamos que ser esclavos es un hecho natural, como natural es que los dueños nos manden y de vez en cuando nos den premios de consolación y misericordia, como el esclavo del año o una indulgencia al cielo por buen esclavo.
Estas personas vende-patria son decentes, bien habladas, bien comidas, bien bebidas y bien vestidas, de modales refinados, de hablar pausado y con la palabra precisa, son educadas, artistas, académicos, profesionales, empresarios, que siempre nos han engañado con la idea de que jamás han roto un plato. Pero nosotros no debemos imitarlos, por el contrario, debemos aprender a hablar entre nosotros y para nosotros, que el miedo no sea más cadena en esta comunicación por parir, que la consigna sea el cuerpo en trabajo y el dogma la realidad cotidiana.
El gobierno que tenemos no es una casualidad. Es el esfuerzo, la decisión, la audacia de quienes nadamos río arriba, cuando todo el mundo aparentaba felicidad río abajo. Demostramos que era el tiempo de nosotros los apartados, los relegados, los que cargamos el poder en el lomo, los que subterráneamente nos hablamos y escuchamos en la miseria, los dolores y sueños. Después del 4F y Chávez con su por ahora infinito, descubrimos que era el momento de nosotros, los muchos, los mi primo, pariente, mi compai, mi hermano del alma, comadre, cámara, camarita, compa, mi gente, alto pana, ñero, compañero, el mío, mano, convive. Que era la hora de hablarnos en plural, con todos los colores y sabores, con todas las luces y oscuridades, con todas las risas y los llantos. No importando con cuánto atropello, apuro o desboque lo hagamos al principio. Que era el tiempo de hablarnos y escucharnos como sabemos, como siempre lo hemos hecho.
Que se acabó el tiempo de seguir escuchando a los que dicen estar con nosotros pero nos hablan en lenguaje de corte, de cumbres, de élites, de entendidos, de sabios, y nos nombran (los más cercanos) como “el pueblo”, “las bases”, “las mayorías”, “las masas”, siempre cercanos a los otros que un día también nos mencionaron de esa manera, pero que hoy nos odian (siempre nos odiaron desde sus miedos) y nos califican como “chusma”, “turba”, “facinerosos”, “piojosos”, “borrachos”, “flojos”, “vagos”, “pata en el suelo”, “sucios”, “zarrapastrosos”, “monos”, “macacos”, “lumpen”, “perraje”, “negros”, “indios”, “malandros”, “cachifas”, “hediondos”, “matones”, “malolientes”, “ilegales”, “gorgojos”, “brutos”, “enchufados”, “gordas amorfas”, “microbios”, “ratas”, “alacranes”, “malditos”, “basura”, “infectos”, “insectos”, “arrastrados”, “chabestias”, “ignorantes”, “cocos secos”, “come clavos”, y lo peor de todo para ellos es que nos odian porque somos orgullosamente chavistas, un estigma, una marca con la que pretenden condenarnos por atrevernos a pensar, a soñar, a imaginar un país distinto a la mina en que sus dueños nos convirtieron.
Que estamos rebotados ante ese nombrarnos desde el otro que no somos, “yo represento”, “vengo en nombre de”, “soy la representación”, “debemos ir a las comunidades”, “debemos educar al pueblo”, “vamos a incluir a los pobres”, “hay que culturizar a los pobres”, “el pueblo no tiene cultura”, “el pueblo no es educado”, “hay que subir al cerro”, “hay que bajar al pueblo”, “el pueblo es bruto”, “el pueblo no piensa”, “vamos a formar a la gente”, “vamos a organizar a la gente”, “nuestros indígenas”, “nuestros obreros”, “nuestras mujeres”, y ya en el colmo de la demagogia: “nuestras putas”, “nuestros lgtb”, “nuestros afrodescendientes”, “nuestros discapacitados”, “nuestros perros y gatos”, y una ristra más de poderosas palabras y poderosos gestos que nos han negado y que, muchas veces, los que se llaman “nuestros líderes” han repetido contra nosotros mismos, sin entender el daño separador del lenguaje poderoso habitando en el cuerpo. Método de división del capitalismo, por medio de la propaganda de acuerdo con sus intereses.
Estas elecciones no debemos considerarlas como una simple batalla más, con ella nos separamos de muchísimos lastres que después hablaremos de ello. Es una batalla que nos permitirá un largo aliento creativo. Después del 28 de julio, toca conversar grandes temas del presente y prefigurar el futuro, y es por esto que debemos conjugar todos los esfuerzos para ganar y diseñar el país como un latido inquebrantable que se mueve en paz.
VOTAREMOS POR MADURO
Ni bloqueos, ni sanciones
Ni el despojo, ni el acecho
Ni el acoso a largo trecho
O magnicidio con drones
Ni amenazas de invasiones
Para enturbiar el futuro
De nuestro verso más puro
Que los odiantes estragan
Pero así hagan lo que hagan
VOTAREMOS POR MADURO
Nos acusarán de todo
En una extensa reláfica
De sus fachadas mediáticas
Cual plañideras del odio
Atrapados en su azoro,
Mas nuestro candil seguro
Alumbrará el paso oscuro
Con nuestra risa en espigas
Porque digan lo que digan
VOTAREMOS POR MADURO
Inventaron presidencias
De delincuencia interina
También sus grupos de Lima
Guarimbas y miles demencias,
La conjura y la indecencia
Junto al odio y sus tarugos
No podrán contra el escudo
Del amor más resistente
Porque inventen lo que inventen
VOTAREMOS POR MADURO
El histórico camino
Por el que echamos a andar
Nunca más lo detendrán
Las mafias de los apellidos
Ni sus amos en aullidos
Ni los títeres cusurros
Con sus trampas, sus chanchullos
Y ministros vende-patrias
Porque aunque caiga quien caiga
VOTAREMOS POR MADURO
Ignacio Tapia