Jue. 18 Abril 2024 Actualizado 6:45 pm

De la colonia a la Revolución Bolivariana: ¿cómo se formó la mujer venezolana?

La mujer venezolana se ha convertido en una figura distintiva de la Revolución Bolivariana. Chávez supo identificar el papel que la mujer tenía en la estructura social-familiar de las clases populares venezolanas y lo expresaba siempre en sus cuentos acerca de la crianza que le dio su abuela paterna Mamá Rosa y en otras referencias femeninas de su entorno formativo.

Muchas nos vemos reflejadas en las anécdotas del Comandante porque, en general, en cada hogar venezolano (no burgués) de la vida campesina o en los márgenes de las urbes existe una fuerte presencia de la mujer madre cuidadora, que dirige las actividades económicas de la familia y extiende los lazos de protección a núcleos familiares que se derivan del propio, y hacia otros espacios de la comunidad en la que habitan, no necesariamente familiares.

Atendiendo a la caracterización del chavismo por su condición de clase, revisaremos a grandes rasgos la evolución de la mujer de los sectores populares, buscando describir aquel “fermento femenino” que Chávez, citando a Carlos Marx, pedía estudiar para incorporarlo a la construcción de la Quinta República:

“No hay cambios sociales si no logramos el fermento, ¿y cómo se logra un fermento? Una combinación de elementos para que fermente algo; las palabras son precisas, no sólo es la participación de la mujer porque hay un grupo de ministras, ni colocándola en un pedestal, ¡no! Aquí hay que crear el fermento, el fermento con pasión, con conocimiento, con acción, con movimiento”.

Invasión europea, la primera agresión

Federico Engels refiere en su libro El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado que con la primera opresión de clases ocurrió también la primera opresión de lo masculino sobre lo femenino. En esas condiciones de desigualdades de género sigue siendo determinante el aspecto de clase.

Lo comprobamos en los estudios que reivindican la participación de las mujeres en los procesos históricos. Aunque casi siempre la abordan como un sujeto homogéneo, lo cierto es que en las investigaciones se termina haciendo diferenciaciones entre las desigualdades que sufren las mujeres ricas y las que padecen las pobres.

En Historia, Mujer, Mujeres: Origen y desarrollo histórico de la exclusión social en Venezuela, de la antropóloga venezolana Iraida Vargas Arenas, existe un registro histórico muy completo sobre el trabajo de la mujer en la historia venezolana. Esta documentación sustenta gran parte del recorrido que haremos a partir de ahora.

Antes del dominio español, la mujer indígena (según estudios antropológicos de las sociedades tribales) formaba parte de grupos cooperativos donde la idea de “familia” se extendía a todo la tribu.

Ellas estaban a cargo de labores asociadas a la reproducción y crianza, destacándose en la agricultura y la elaboración de instrumentos para la recolección de alimentos y la cocina, aunque dependiendo de las etnias indígenas podían desempeñarse también en la caza y pesca.

Según el antropólogo Luis Bate, citado por Vargas, en las sociedades primitivas no existía una discriminación sexual del trabajo productivo en tanto a situación desventajosa. La distribución de algunas tareas, como por ejemplo la de comadrona, obedecía a funciones biológicas claramente diferenciadas entre el hombre y la mujer.

El dato sobre la mujer indígena y sus conocimientos sobre agricultura serán valiosos para las sociedades coloniales. Como lo refiere Vargas, la estabilidad de los asentamientos españoles dependió mucho más de los conocimientos que las sociedades tribales tenían del territorio venezolano que lo que la “modernidad” europea de aquel entonces pudo aportar para instalarse.

La irrupción del imperio católico español dislocó las relaciones sociales de los pueblos originarios, sin modificarlas por completo, imponiendo la familia nucleada, cambiando las viviendas comunales por unifamiliares, y en ese universo, sometiendo a la mujer a las tareas domésticas en las casas de los mantuanos, desarraigándola de la cultura originaria para ponerla a reproducir la de las sociedades hispánicas, que contenía en ella los valores del capitalismo emergente.

De cómo surgió la mujer mestiza, mulata y zamba

La colonización española no fue un fenómeno monolítico en Venezuela ni tampoco exitoso en su labor de adoctrinamiento; más bien, de lo indio y negro sometido a la explotación y la esclavitud del blanco europeo, se constituyeron formas culturales heterogéneas que el invasor clasificó y dio orden estratificado en un intento por controlar aquella anarquía.

Producto de esos cientos de años de relaciones coloniales, se fue formando la mujer venezolana bajo el dominio formal de la Iglesia y los modos europeos, pero construyendo en la realidad sus propios códigos dentro de la esfera de lo público y lo privado.

Los grupos que más se condujeron por las normas del concepto femenino-europeo fueron las mantuanas, mujeres pertenecientes a las familias con poder y dinero en Venezuela. A menudo se hace notar la invisibilización de ellas en la vida pública de la colonia, en contraposición de los hombres que pertenecían a la misma clase social.

Las esposas de los blancos criollos y europeos estaban subordinadas a las decisiones económicas y políticas de ellos, que las consideraban incapacitadas para desempeñarse en esos ámbitos.

Hubo mantuanas que fueron la excepción de aquella vida en confinamiento doméstico. Llevaron las riendas de su hogar cuando había ausencia del marido o de otra figura de tutela masculina, lo que les confirió cierto grado de influencia en la economía del país, al tomar decisiones con respecto a las producciones agrícolas de las haciendas, por ejemplo.

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La mujer africana que llegó a Venezuela es imposible de clasificar en una sola forma cultural, pues con la esclavitud arribaron costumbres y tradiciones sumamente diversas del continente madre. Será irrelevante para las clases altas de la época; los esclavos, hombres y mujeres, estaban más próximos a considerarse ganado que personas.

Pero no pasó desapercibido en la historia de nuestro país. La importante influencia que ejerció la cultura africana en la estructuración de la sociedad venezolana tuvo mucho que ver con el papel de cocineras y domésticas esclavas en la casa del amo. Ellas, junto a las indígenas, alimentaron y criaron a los hijos de las élites, y a través de esos canales transfirieron parte de sus tradiciones culturales.

Sus oficios no se reducían al trabajo en el hogar. Es casi seguro que episodios relatados en Brasil por Luiz Roberto de Barros Mott sobre la explotación de las mujeres negras se haya repetido en Venezuela:

“Los pequeños propietarios (…) utilizaban sus esclavas para todas las tareas, aún las consideradas más peligrosas y supuestamente masculinas, como el desmonte, con el uso del machete y el hacha. Las esclavas eran también empleadas en la producción de azúcar, para desmotar algodón, en la preparación de la yuca, para limpiar el maizal, en la recolección de productos nativos, en el ordeño, en el cuidado del huerto y del gallinero” (cita de Vargas Arenas).

La literatura sobre la vida cotidiana de la mujer indígena y africana es escasa, tal cual lo es la de cualquier otro colectivo que no integraba a las élites, así que para hacerse una idea de la influencia que fueron ganando sus costumbres dentro de la sociedad venezolana se puede revisar los rastros que dejó la servidumbre en las casas de familias ricas.

En las crónicas de Ker Porter, cónsul británico en Venezuela entre 1825 y 1835, se ofrecen detalles de aquellos influjos indígenas y africanos que hacían distintos a los mantuanos de las comunidades europeas:

“Las maneras de cargar a los/as niños/as (de clara influencia indígena-africana), la desnudez de éstos/as hasta los cuatro años (elemento de tradición indígena), cómo las mujeres fumaban en privado (rasgo también de origen indígena), la concepción sobre el uso del espacio doméstico, sobre todo las referidas a la multifuncionalidad espacial, expresadas en las características del mobiliario (hamacas para dormir en el salón para recibir visitantes) y el compartir el espacio privado con animales domésticos, el poco cuidado en la indumentaria que usaban las mujeres en sus casas, en ocasiones casi en estado de desnudez, a diferencia de la que utilizaban para salir, etc”.

Dice la investigadora Doris Acevedo (El trabajo y la salud laboral de las mujeres en Venezuela) que en los hogares de las élites, las domésticas

“no solo conservaban las tradiciones gastronómicas populares dentro de las familias, sino que al mismo tiempo, como ayas de los/as niños/as mantuanos, les inculcaban la ideología que animaba a ambas clases sociales y los valores de las tradiciones culturales”.

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Las costumbres de los colectivos subordinados en Venezuela se filtraron irrefrenablemente dentro de las imposiciones culturales de la colonia, al igual que las castas se fueron mezclando hasta hacerlas cada vez más difíciles de estratificar.

Así se fueron formando las mujeres de nuestro pueblo, quienes no seguirán el orden establecido sobre las funciones del género en la sociedad venezolana, quizá porque tampoco eran consideradas parte de ella.

La mujer pobre atendía tareas en el hogar, pero también participaba en la vida pública ejerciendo el rol de lavandera, leñera, planchadora, tejedora, nodriza, cocinera, cestera, comadrona, criada, bodeguera, jornalera o costurera; mientras que la mujer de estrato alto ejercía una influencia menor concentrada en la vida privada.

Sobre esto, Acevedo cita un dato extraído del Archivo Histórico del Concejo Municipal de Caracas, en la que sirve de referente para hacerse una idea de la proporción de las mujeres en la fuerza de trabajo de aquel momento:

“En la matrícula de población levantada en la población de Cagua en 1810, de 4.184 almas empadronadas, 2.342 correspondían al sexo femenino, de éstas, se encontraban incorporadas al aparato productivo 882, discriminadas en 468 jornaleras de condición libre y 414 esclavas negras”.

El extenso periodo de la Venezuela colonial tuvo aportes de las mujeres pobres desde el ámbito doméstico y de crianza, no reconocidos durante años. Por un lado, socializaron las tradiciones y costumbres indígenas y africanas, y las que derivaron de las mezclas con las europeas; por el otro, participaron en los perímetros económicos del país, en la distribución y circulación de los bienes que se producían.

Del siglo XIX a la actualidad

Sabemos, por historias individuales, que las mujeres fueron actores activos en el proyecto emancipador de Bolívar. Aquellos testimonios permiten conocer con menos vaguedades su participación en la política.

Las mujeres patriotas, además de participar en las batallas y asistir a los enfermos, hicieron actividades de espionaje, prestaron sus hogares para reuniones clandestinas donde se discutían las ideas antimonárquicas y difundieron propaganda a favor de la República.

Las condiciones de la República que concibió el Libertador fueron favorables para que el desempeño político de ellas sucediera:

“De Bolívar se puede decir que se adelantó en relación a la concepción sobre el rol que debía jugar la mujer en la nueva sociedad, y se destacó por tener una actitud por encima de los prejuicios de la época. Además de enaltecer su feminidad sin complejos, resalta su valor y felicita su arrojo en la batalla. Mientras que otros como Santander y Pablo Morillo, prohibían la participación de la mujer en la guerra, bajo pena de ser azotada”, escribe la investigadora Gladys Higuera en El rol de la mujer en la independencia.

A partir de las guerras independentistas y los enfrentamientos civiles que le sucedieron en el tumultoso trayecto republicano, se extremaron las tareas de supervivencia. Conociendo el papel de la mujer en este ámbito, es evidente que la dinámica de su cotidianidad sufrió cambios trascendentales.

“Hasta los años veinte y luego las luchas entre conservadores y liberales por el control del poder (…) Puede decirse que la economía descansó en los hombros y las manos de la mujeres, debiendo asumir, en gran medida la dirección de los hatos y haciendas para la producción agropecuaria, pagar los aportes a los patriotas para la guerra de independencia, confeccionar sus uniformes, encargarse de las actividades comerciales y hasta hacer la guerra”, refiere Acevedo.

Mientras tanto, en aquel contexto bélico, la mujer desprovista de bienes aportará su propia fuerza de trabajo, sosteniendo las actividades agrícolas que administraban las mantuanas, o también abandonando sus casas para acompañar a los soldados en las batallas. De ese modo lo relata Higuera:

“Las mujeres del pueblo, clase media y mestizas, como esposas, amantes, amigas y compañeras de los soldados, compartían sus triunfos y sus fracasos. Sin duda su presencia levantó la moral a las tropas y desalentó la deserción”.

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En el siglo XX inicia el proceso de incorporación de Venezuela al capitalismo industrial como país monoproductor de petróleo. Del mismo modo, se permite que una reducida representación femenina participe en las áreas de servicio, administración y en menor medida de manufactura, de este nuevo esquema de explotación.

A la par se irá dando una oleada de reivindicaciones laborales, jurídicas y políticas al género femenino en el marco de la sociedad de consumo, imitando a las que ocurrían en las sociedades occidentales del primer mundo. El cenit de esto fue la aceptación de la mujer como ciudadana al permitirle el derecho al voto, en 1947.

Estos elementos inciden en las capas de la clase alta ya constituida y en la clase media que comienza a surgir, dice Acevedo, mientras que

“en los sectores sociales pobres, las mujeres siempre han tenido que trabajar duramente, incorporándose a la actividad agrícola, al comercio menor y al servicio doméstico, a la par que atienden el hogar”.

Las mujeres de las clases populares seguirán sus rutinas de trabajo precarizado en el campo, donde aún tienen cierto nivel de independencia con las prácticas de conuco, y poco a poco irán engrosando las filas de la informalidad en las urbes.

Será común que en las familias populares venezolanas las mujeres que se “quedan en casa” a criar a los hijos y cuidar el hogar tengan que inevitablemente realizar otras actividades para el sustento de los miembros.

Es imposible saber con exactitud cuánto de este trabajo de subsistencia (que no siempre tenía valor de mercado: el trabajo rural es el mejor ejemplo, con fines de consumo propio y semicomerciales), era realizado por las mujeres en relación con el trabajo formal, pues en los registros de empleos no se consideraba este tipo de actividades inestables.

Solamente con el ascenso del chavismo al poder podrá percibirse una verdadera transformación de las condiciones sociales de la mujer pobre en Venezuela, comenzado por que nuestra Constitución fue de las primeras de la región en reconocer el trabajo productivo de las mujeres en el hogar (artículo 88).

El chavismo diseñó una serie de instituciones jurídicas, económicas y sociales para impulsar el músculo de este colectivo e incorporarlo a la participación política del proceso bolivariano.

La intención es evidente al examinar las políticas sociales del estado: más del 70% de las Misiones que protegen a las grandes mayorías venezolanas están focalizadas en las mujeres. Esa proporción se repite en la conformación de las organizaciones políticas en las comunidades: de cada diez personas que lideran los consejos comunales, siete son mujeres.

Actualmente, con la agudización de las agresiones contra Venezuela, la mujer chavista ha quedado al frente de las organizaciones de respuesta a la guerra. El CLAP, Hogares de la Patria, Parto Humanizado y Lactancia Materna son programas que el gobierno de Nicolás Maduro sumó al universo de actividades comunitarias que realiza el género femenino.

Mujer venezolana, familia y comunidad

En todas estas sucesiones de viejas y nuevas instituciones venezolanas, el vínculo de la mujer con la maternidad irá adquiriendo centralidad en la organización familiar del país, no así las familias nucleadas de padre, madre e hijos.

Sociólogos venezolanos lo caracterizan como “matricentrismo”. Este paradigma tiene raíces históricas y culturales propias de los países caribeños, resultado de la herencia africana e indígena.

La familia matricéntrica se ha extendido, de forma general, en los estratos populares. ¿Por qué la figura paterna tiene menos fuerza? Hay varios elementos históricos que pueden dar con una lectura más o menos acertada.

En primer lugar, las sociedades tribales no se regían por la estructura conyugal, ésta fue impuesta con la cultura occidental. Y aunque se supone que la Iglesia obligaba a esta conducta entre los españoles, por lo tanto debió ocurrir una transferencia de la misma en la colonia, la realidad de ese tiempo parece que fue distinta: según el sociólogo Alejandro Moreno, en la sociedad española.

“la bastardía constituía una forma de conducta sexual-familiar adscrita sobre todo a la nobleza (…) aunque fuera más de los nobles que del pueblo, significa que entre el pueblo habían de ser relativamente numerosos los núcleos matricentrados producto de esa misma bastardía (…) ¿Cuántos conquistadores provenían de núcleos matricentrados?”

Sumado a aquellas raíces culturales, la necesidad de que los hombres abandonaran el hogar para acudir a las guerras independentistas y civiles pudo contribuir a que el fenómeno se fortaleciera.

En síntesis, las circunstancias históricas de opresión llevaron a que las mujeres de sectores populares tuvieran que asumir por completo las responsabilidades de la crianza de los hijos, compensando la figura paterna, y en no pocos casos también las responsabilidades económicas, ejerciendo labores vinculadas al servicio de otros.

La matricentralidad se coló entre los siglos de tragedias de la colonia y luego se expandió desordenadamente durante los años siguientes, hasta constituirse como una estructura sólida en la sociedad venezolana.

Un modelo que puede considerarse disfuncional si se le vincula con el modelo occidental y que contiene sus debilidades y limitaciones. Pero el chavismo, en vez de rechazarlo de facto, supo tomarlo como vehículo para introducir los cambios políticos de la Revolución Bolivariana.

Porque la mujer y el cúmulo de experiencias que adquirió con la maternidad y la comunidad no tienen por qué ser negativos. Volvamos al ejemplo de Mamá Rosa, primera formadora de Chávez, y las lecciones que dejó en él para vivir en comunidad. Más adelante, su nieto hará de estas lecciones categorías políticas que aplicará en su programa de gobierno.

Con la matricentralidad se transfirieron valiosísimos datos culturales de nuestro país entre generación y generación de mujeres: la crianza, la producción y distribución de los alimentos, la administración de los recursos, la fabricación de objetos artesanales funcionales, la atención a los enfermos, entre otros.

No es necesario hacer un examen riguroso para saber lo positivo que la identidad femenina, fraguada en la convulsa historia de nuestro país, aportó a la naturaleza del venezolano: el sentido de convivencia y cooperación está muy marcado en nuestro pueblo, aunque coexista con las perversiones de un país mina.

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