Donald Trump anunció que tuvo una llamada telefónica con Vladímir Putin, información confirmada por el Kremlin. El presidente estadounidense dijo a través de su red digital Truth Social:
"Queremos detener los millones de muertes que se están produciendo en la guerra con Rusia/Ucrania. Hemos acordado que nuestros respectivos equipos inicien negociaciones inmediatamente. He pedido al secretario de Estado, Marco Rubio, al director de la CIA, John Ratcliffe, al Consejero de Seguridad Nacional, Michael Waltz, y al embajador y enviado especial, Steve Witkoff, que dirijan las negociaciones que, estoy convencido, serán un éxito".
La agencia TASS reportó lo siguiente:
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Putin comentó a Trump que es necesario eliminar las causas originales del conflicto ucraniano;
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Trump se pronunció a favor de un pronto cese de las hostilidades;
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Los mandatarios acordaron que se puede alcanzar un acuerdo a largo plazo en Ucrania a través de negociaciones.
Si bien algunos analistas han anunciado el inicio de las "conversaciones de paz" entre el líder de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y Rusia, dándolo por hecho, otros expertos son más reservados en cuanto a las expectativas.
El analista militar Simplicius The Thinker opina que, en realidad, la conversación fue superficial, limitada a intercambios protocolarios. Recuerda que funcionarios rusos han dejado claro que no hay intención real de negociar, y Moscú solo está permitiendo a Washington que aparente un cierto liderazgo en la búsqueda de la paz.
Además, según lo reportado por el analista, el aspecto militar no parece amilanarse:
"Las fuerzas rusas parecen estar preparándose para una nueva escalada después de pasar un par de semanas utilizando ataques de largo alcance con el objetivo de suavizar las nuevas líneas de defensa a las que se habían retirado las tropas ucranianas. Eso sin mencionar los ataques masivos sobre Kiev y otras ciudades llevados a cabo anoche".
Dicho embate —con misiles balísticos— fue reportado por el gobierno ucraniano e informado por medios europeos el miércoles 12 de febrero.
Asimismo, los propios miembros de la OTAN ya están cayendo en cuenta de que las capacidades militares del ejército ruso crecen y no disminuyen, como aun se vende política y mediáticamente en Estados Unidos y Europa, aunque con menor profusión; la parte ucraniana, más bien, se confirma mermada. Es una anticipación del game over, con una victoria rusa a corto o mediano plazo.
Por otro lado, el enviado especial de Trump, Keith Kellog, apenas viajará los próximos días (entre el 14 y 16 de febrero) a Europa para consultar con los socios de la OTAN antes de avanzar en cualquier propuesta. También asistirá el Secretario de Defensa estadounidense.
Simplicius desestima las altas expectativas en torno a la llamada entre Trump y Putin ya que no representaría un giro significativo hacia la paz sino más bien un ejercicio de relaciones públicas que oculta la falta de avances reales en ese sentido.
En todo caso, se encuentra a tono con el estilo transaccional del mandatario estadounidense de hablar hacia atrás y hacia delante. En efecto, así lo ha estado haciendo desde que volvió a ocupar la Casa Blanca: el anuncio de imposición de aranceles sobre Canadá, México y Colombia como maniobras de presión, o incluso la grandilocuencia en torno a la limpieza étnica de Gaza, como si eso fuera untar mantequilla sobre el pan, para construir un complejo gentrificado de lujo con el petróleo y el gas de la costa mediterránea de fondo, son algunos ejemplos de este tipo de relaciones públicas.
Sí es cierto que, al menos así pareciera, la estrategia trumpista de replegar sus esfuerzos de política exterior de la periferia hacia el hemisferio occidental, donde Estados Unidos como potencia hegemónica tiene una influencia innegable, para fortalecer su posición geopolítica frente a China y, en menor medida, Rusia, se encuentra en la misma línea de un posible pacto para acabar la guerra en el este de Europa.
El secretario de Defensa, Pete Hegseth, declaró el 12 de febrero que "debemos comenzar reconociendo que volver a las fronteras anteriores a 2014 de Ucrania es un objetivo poco realista. Perseguir tal propósito ilusorio solo prolongará la guerra y causará más sufrimiento". Y añadió: "Estados Unidos no cree que la membresía de Ucrania en la OTAN sea un resultado factible en un acuerdo negociado".
Se trata de un ejercicio de política realista, o por lo menos de no ignorar la realidad, como lo habían estado haciendo la administración de Joe Biden y los gobiernos de los países de la esfera OTAN.
Volatilidad histórica de la Casa Blanca
Pero ello no quiere decir que vaya a ocurrir una negociación efectiva, si tomamos en cuenta el historial estadounidense de rompimiento de acuerdos. Los dos tratados de Minsk y las promesas de la OTAN de no expandirse hacia el este recuerdan esta actitud violatoria de todo convenio o transacción vinculante.
Esta tribuna está de acuerdo con la perspectiva de Simplicius de que, en realidad, no hay mucho margen para negociaciones significativas. Moscú ha dejado claro que no considera legítimo al actual presidente ucraniano como interlocutor.
Además, la durabilidad de un acuerdo entre Putin y Trump sería incierta debido a la volatilidad política estadounidense. Un nuevo presidente dentro de cuatro años, cuando inevitablemente —si no hay alguna novedad constitucional— otro inquilino se asiente en la Casa Blanca, podría simplemente desecharlo por razones partidistas o ideológicas, tal como ha ocurrido con otros tratados en el pasado.
Otra razón por la que Putin no debería estar del todo convencido en una posibilidad de paz apunta a la influencia de los neoconservadores y halcones de la guerra dentro del establishment político estadounidense. Estos actores continúan presionando por una postura más agresiva contra Rusia, lo que refuerza las desconfianzas de Putin y complica aun más cualquier posibilidad de diálogo constructivo.
Recordemos las declaraciones del vicecanciller Serguéi Riabkov, el número 2 de la cancillería de la Federación Rusa, el pasado 10 de enero, resumidas por TASS:
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Moscú está dispuesta a conversar con Washington, incluso acerca de un acuerdo en Ucrania, pero solo sobre una base equitativa y mutuamente aceptable;
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Las relaciones entre Rusia y EE.UU. están al borde de la ruptura;
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Moscú tiene pocas expectativas de cambios a mejor en las relaciones con la parte estadounidense, Washington ha percibido durante mucho tiempo a Rusia como un adversario.
En este contexto de inestabilidad y política exterior impredecible de Estados Unidos, cualquier pacto fundacional firmado parece poco realista y, en todo caso, una impostura, una amenaza de fraude a largo plazo.
Por otro lado, las declaraciones recientes de Trump en una entrevista indican que no tiene una estimación particular por Kiev, pidiendo una compensación por todo el financiamiento y la logística invertida con dineros públicos, exigiendo los minerales y tierras raras de Ucrania, fundamentales para el desarrollo —y la carrera frente a China— de tecnología de punta, por valor de 500 mil millones de dólares.
- El problema con esto es que más de 70% de las riquezas minerales que alude están en el Dombás —ahora parte de la Federación Rusa— y en la región de Dnepropetrovsk, en la línea del frente militar, donde el ejército ruso avanza.
A esto se une el hecho de que, en el mismo estilo transaccional comentado, el presidente estadounidense dijo que los ucranianos "pueden ser rusos algún día, o pueden no serlo. Pero vamos a tener todo este dinero y, digo, lo quiero de vuelta".
Los hechos, declaraciones y análisis acá comentados refieren a que la noticia de la semana en torno a la guerra en el corazón de Eurasia es solo una primera señal de que podría establecerse algún tipo de diálogo entre Estados Unidos y Rusia. Con el despliegue de rusofobia y demonización hacia Putin durante más de una década, es solo una posibilidad.
El mutuo respeto que exige Moscú a Washington es contrario a la arrogancia y la desmesura que ha mostrado este último durante mucho tiempo, y que parece no cesar aunque la hegemonía estadounidense esté en evidente declive.
Todo esto, también, lleva a concluir que Europa se muestra como un actor geopolítico irrelevante, incapaz de generar alguna influencia plausible en el terreno de las negociaciones y de los asuntos militares. Las opiniones de sus líderes no tienen peso, mucho menos ante la personalidad de Donald Trump, quien públicamente desdeña tanto a Zelenski como a los representantes circunstanciales de los países de la OTAN. Su relación de dependencia con Estados Unidos se ha visto afianzada durante los últimos años, profundizada por la beligerancia contra Rusia con la destrucción del Nord Stream y el muro de sanciones.
Todo ello ha provocado un quiebre diplomático en el que ya no se mantienen las apariencias ni se sigue alimentando la dinámica de fingimiento de que Kiev y Bruselas, como socios subordinados, importan a la luz del Nuevo Gran Juego de la geopolítica global. Rusia y Estados Unidos lo entienden así: se trata de un reflejo de la llamada telefónica entre Putin y Trump. No en balde el historiador Emmanuel Todd lo ha caracterizado, en su libro publicado en 2024, La derrota de Occidente, como "el suicidio asistido de Europa".