Todo el mundo está acostumbrado a que Rusia se llene de preseas en los Juegos Olímpicos, con una vastísima población de la cual los mejores talentos gozan de apoyo gubernamental. Esto ha sido así desde las décadas de la Unión Soviética.
Los JJOO de Tokio 2020 no han sido la excepción. En estos momentos los atletas rusos están en boca de todo aquel que sigue vía streaming las Olimpíadas por sus evidentes logros. Sin embargo, en la capital nipona no se escucha el himno de la Federación Rusa sino más bien un concierto para piano de Piotr Ilich Tchaikovski; la delegación rusa es mejor conocida como ROC, acrónimo de Russian Olympic Comittee: en inglés, Comité Olímpico Ruso, y no como el nombre de su país.
¿Por qué sucede esto? Recordemos: todos los caminos conducen a Estados Unidos.
En mayo de 2015 The New York Times publicó el testimonio del entonces director del laboratorio antidopaje de Rusia, Grigory Rodchenkov, sobre un presunto "programa de dopaje" para los atletas y deportistas rusos de alta competencia, financiado y dirigido por el gobierno de Vladimir Putin.
Rodchenkov había trabajado en el laboratorio ruso certificado por la Agencia Mundial Antidopaje (AMA) durante años, y dijo que había ayudado a que la inteligencia rusa manipulara las pruebas de orina de los atletas rusos múltiples veces para los JJOO y mundiales de atletismo a su favor. El relato tiene los visos de nueva guerra fría típicos del pasquín más reputado de Nueva York.
Por este y otros reportes periodísticos la AMA designó al abogado canadiense Richard McLaren para investigar el caso. Su informe publicado en mayo de 2016 respalda el 100% de la versión de Rodchenkov, pero sin tomar testimonio de la parte acusada, lo que levanta sospechas sobre la transparencia y balance de criterios e intereses sobre la investigación.
Rodchenkov terminó en Los Angeles, siendo el protagonista de un documental laureado de Netflix (Ícaro) que tiene todos los componentes de propaganda antirrusa, con el objetivo de criminalizar la figura de Putin y de los atletas rusos en general, intentando crear consentimiento a las acciones fraudulentas del entonces director del laboratorio antidopaje. En Estados Unidos entró en el programa de testigos del FBI, con miras a la judicialización del caso para perjudicar a la Federación Rusa.
Era la primera vez que se conociera un caso de dopaje en deportes de alto nivel y se culpara al Estado directamente de responsabilidades individuales. El Comité Olímpico Internacional, World Athletics (la organización internacional rectora del atletismo) o la AMA habían acusado, nunca, a ningún gobierno por las responsabilidades de dopaje de atletas reconocidos, como los estadounidenses Lance Armstrong, Marion Jones y Barry Bonds.
El gobierno ruso reconoció que hubo dopaje masivo y ordenó una reconstrucción del programa antidopaje para los deportes en el país, pero rechazando que hubiera una conspiración del Kremlin.
Sin embargo, en tiempos de nueva guerra fría la acusación contra Rusia en todas las áreas donde cosecha excelencia, en este caso el deporte de alto rendimiento, es un gatillo fácil de tirar para medios e instituciones influidas por la égida estadounidense.
Golpear la historia e imponer una nueva
Tras es el escándalo, la AMA obtuvo poderes sancionatorios en 2018 y decretó, en diciembre de 2019, que Rusia no podía competir en torneos mundiales durante los próximos cuatro años. La Agencia Antidopaje Rusa (RUSADA) llevó al caso al Tribunal de Arbitraje Deportivo, que en diciembre de 2020 redujo la sanción a dos años.
En Rusia, y en buena parte del mundo, ha caído mal que se haya penalizado a todo un país y no a quienes se vieron implicados en el caso.
Aunque la Federación Rusa no podrá competir en Mundiales ni JJOO o juegos de invierno desde el 17 de diciembre de 2020 hasta el 16 de diciembre 2022, las organizaciones deportivas permitieron que los deportistas rusos participasen bajo las siglas de su Comité Olímpico.
Teniendo en cuenta que las sanciones parecen muy agresivas y tienen implicaciones políticas, parece que el objetivo consiste en restarle a Rusia la mayor cantidad de medallas en su historial olímpico y en mundiales deportivos.
Desde los tiempos de la Unión Soviética, los rusos han excedido las expectativas sobre todo en disciplinas de atletismo y gimnasia, y aunque están aún muy lejos de alcanzar a Estados Unidos, los oros, platas y bronces han venido por montón en las últimas décadas. Por todos es reconocida la calidad de los atletas rusos, aunque quitándole preseas a su medallero sea un golpe duro no solo para las instituciones públicas que apoyan a la delegación, también al mismo pueblo ruso que apoya.
En efecto, una de las mayores herramientas de poder blando de la Federación Rusa es el deporte de alto rendimiento en estas instancias, con el fin de promover sus manifestaciones culturales en el campo internacional. Es por ello que Estados Unidos tiene a los atletas rusos en la mira y Putin dijo en su oportunidad que se busca convertir al deporte en "un instrumento de presión geopolítica para formar una imagen negativa de países y pueblos".
Incluso, el magnate y entonces presidente Donald Trump firmó la Ley Rodchenkov en noviembre de 2020, con el que permite a Estados Unidos perseguir judicialmente a cualquier persona que viole las leyes antidopaje durante una competición en la que participe un atleta estadounidense o sea patrocinada por una compañía norteamericana.
Por supuesto, Rusia rechazó categóricamente la Ley Rodchenkov contra el dopaje aprobada por el Senado estadounidense al considerar que Estados Unidos quiere castigar a los atletas dopados de manera extraterritorial y monta un precedente para que otros países hagan legislaciones similares, denuncia hecha asimismo la AMA.
El doble rasero se vuelve a cumplir en este caso, ya que dicha ley excluye de sus propias disposiciones a los jugadores de las ligas profesionales y universitarias estadounidenses.
En todo caso, los intentos por borrar la historia que haga Rusia en esta y las próximas competiciones de alto nivel hasta 2022 están marcadas desde el principio por un signo político a favor de la versión que se ha intentado poner desde Estados Unidos sobre el dopaje deportivo.
Ello provoca que se imponga una nueva realidad en la cual los ciudadanos rusos no puedan identificarse directamente con los atletas que lo representan, pues interactúan con una insípida bandera blanca y no con la enseña tricolor habitual de su país. Además, el régimen de esquizofrenia sancionatoria a la usanza estadounidense parece extenderse a otros ámbitos fuera del circuito directo de las finanzas.