El 15 de enero tuvo lugar una de las audiencias más esperadas en el Senado: la confirmación de Marco Rubio como Secretario de Estado bajo la administración de Donald Trump. El cubano-estadounidense, conocido por su patrocinio al "cambio de régimen" contra países como Venezuela, Cuba y Nicaragua, y por ser un halcón tradicional antiChina, enfrentó interrogantes sobre sus capacidades para liderar la cartera diplomática de Estados Unidos.
Más allá de la audiencia y de sus respuestas, en las cuales llovió sobre mojado con respecto a Irán, China y otros tópicos obsesivos de los halcones, el nominado enfrenta serias limitaciones para desempeñar su tarea dentro del gobierno de Trump. La designación de múltiples enviados especiales con acceso directo al presidente representa un desafío estructural para el liderazgo del Departamento de Estado y reduce significativamente el margen de maniobra del próximo secretario.
Enviados Especiales en el Departamento de Estado
La reciente designación de Richard Grenell como enviado especial para Venezuela y Corea del Norte representa un movimiento estratégico en el marco diplomático del gobierno entrante de Donald Trump. Este rol no solo refuerza las prioridades presidenciales sino que también evidencia el intento de canalizar la política exterior hacia temas fundamentales que requieren atención especializada y sostenida.
Desde los tiempos de George Washington, con Gouverneur Morris como agente privado para negociaciones comerciales con Inglaterra, la figura de los enviados especiales ha sido una herramienta flexible en la política exterior de Estados Unidos.
A lo largo de los años su función ha evolucionado para abordar cuestiones complejas que exigen dedicación exclusiva, lo cual ha evitado la saturación de las oficinas del Departamento de Estado. Durante la presidencia de Barack Obama este mecanismo experimentó una expansión sin precedentes, y resaltó su eficacia para gestionar temas específicos de manera intensiva y focalizada.
En el caso de Grenell, su misión tiene una doble orientación. Por un lado, le otorga pertinencia para articular las directrices de Trump sobre Venezuela, y así lo aleja de una mera coordinación con figuras tradicionales como el Secretario de Estado. Por otro lado, su rol puede enfrentar serios obstáculos al lidiar con un Departamento de Estado cuya estructura, a menudo rígida y laberíntica, puede entorpecer las negociaciones o implementar estrategias extremistas.
En este caso, el republicano de Florida encontrará límites en el pragmatismo que Grenell deberá emplear con vistas a conducir posibles negociaciones, especialmente considerando los intereses económicos y energéticos en juego entre Caracas y Washington.
De hecho, según Bloomberg: "Rubio, el intelectual, podría usar su prodigioso intelecto para adaptarse a los caprichos de Trump, articulando en efecto todo lo que el presidente haga, tenga sentido o no. De esta manera, podría conservar su puesto. Alternativamente, podría ceñirse a sus principios y quedarse sin trabajo en poco tiempo". Este equilibrio entre pragmatismo y fundamentos será una de las mayores pruebas para Rubio, que hasta en el ala demócrata es ampliamente considerado como un "institucionalista", tal como dijo Emily Horne, exportavoz del Consejo de Seguridad Nacional en la administración Biden.
En resumen, la asignación de Grenell, quien operará directamente bajo el mando de Trump, sugiere que se trata de un intento por configurar una estrategia menos caótica y más estructurada hacia Venezuela. Sin embargo, el "éxito" de esta misión dependerá de varios factores:
- Pragmatismo presidencial: Trump deberá equilibrar los intereses de su base política con los beneficios estratégicos de mantener abiertos ciertos canales de comunicación con Caracas.
- La burocracia del Departamento de Estado: Grenell necesitará sortear los pasillos burocráticos y coordinar eficazmente con las oficinas regionales del Departamento de Estado para avanzar en su misión. El republicano de Florida será una piedra en el camino.
- El lobby petrolero: La influencia de Chevron y otros actores del mundo energético será crucial para contener los impulsos de sectores más radicales en el Congreso.
El nombramiento del enviado especial en cuestión podría ser una oportunidad para rediseñar la política hacia Venezuela, atenuarla de obsesiones ideológicas y acercarla a objetivos más pragmáticos. No obstante, el riesgo de repetir errores pasados persiste, especialmente si el "lobby extremista" encabezado por Rubio y otros logra arrastrar nuevamente a la administración hacia políticas erráticas y geopolíticamente insostenibles.
El escenario, en definitiva, será una prueba no solo para Grenell sino también para la capacidad del gobierno de Trump de reconfigurar su estrategia hacia un país cuyo impacto regional y global no puede ser ignorado.
Sanciones: el arma preferida. Y Venezuela en el radar
En una de las tandas de preguntas, el senador Rand Paul (republicano de Kentucky) hizo tambalear por un momento la narrativa predominante en la audiencia: "¿Puede nombrarme ejemplos en los que las sanciones hayan mejorado el comportamiento?". Rubio respondió con una justificación evasiva, admitiendo que las sanciones pueden no generar cambios, pero insistiéndose en que cumplen el propósito de "negar recursos a los gobiernos".
Y añadió que lo que no puede seguir sucediendo es que China siga asumiendo todos los beneficios del sistema internacional y frente a ese escenario: "La única otra alternativa que queda en la caja de herramientas son las sanciones económicas".
Ante eso, Paul cerró el debate con una observación incómoda en la sala: "No creo que lo estemos consiguiendo muy a menudo. Tal vez sea hora de pensar en una forma diferente de hacer negocios, en lugar de decir simplemente: sancionemos a todo el mundo y llamemos a la gente con nombres que no nos gusten, porque no creo que eso ayude".
Ahora bien, tras las declaraciones iniciales cargadas de retórica y promesas ambiciosas, el énfasis en Venezuela no ocupó un lugar central en la sesión. No obstante, el tema no tardó en surgir, y casi como una obsesión personal fue promovido por Rick Scott (republicano de Florida), en un intento de avivar los ataques discursivos contra Venezuela, afirmando que "la administración Biden ha permitido que fluya el petróleo, robó las elecciones, violó completamente lo que Biden le dijo que haría" y también dejó ver que, gracias a Rubio, Donald Trump publicó un tuit sobre María Corina Machado.
De esta manera, el senador aprovechó para desplegar su habitual repertorio de declaraciones viscerales, entre las que se destacan:
- "Venezuela, lamentablemente, no está gobernada por un gobierno. Está gobernada por una organización de narcotráfico".
- "Estuve en total desacuerdo en que entraran en negociaciones con Maduro".
- "Usaron la migración en nuestra contra para obtener esas concesiones".
- "Tienen estas licencias generales donde empresas como Chevron en realidad están proporcionando miles de millones de dólares de dinero a las arcas del régimen".
- "Todo eso necesita ser re-explorado, porque en Venezuela tienes la presencia rusa, tienes una presencia iraní muy fuerte".
Rubio, promotor junto a Leopoldo López de los mecanismos de sanciones ilegales que han impactado a la economía venezolana, se muestra inamovible en su postura. Sin embargo, detrás de su insistencia por endurecer las sanciones surge un interrogante estratégico: ¿qué tan poderoso es el lobby de Chevron para mantener su operación en Venezuela frente al fervor sancionador del senador?
La realidad es que, más allá del discurso del republicano de Florida, existen argumentos técnicos sólidos que justifican la continuidad de la licencia 41 otorgada a Chevron. Pero, como Rubio bien lo sabe, en Washington no siempre prevalecen los argumentos técnicos; la voluntad política es la que define el juego.
En última instancia, la verdadera pregunta no radica en si las sanciones alcanzarán su objetivo, sino en hasta qué punto Estados Unidos está dispuesto a sacrificar sus propios intereses comerciales y energéticos en aras de una política exterior obstinadamente rígida.
China: el eje de la política exterior estadounidense
Rubio comenzó su intervención con una crítica agresiva y hostil a China, describiéndola como un socio "claro pero oculto" de adversarios como Rusia. Afirmó que Beijing ha contribuido indirectamente al esfuerzo ruso en Ucrania mediante la evasión de sanciones y la venta de tecnología.
Más allá de su retórica antichina habitual, destacó la importancia de mantener un equilibrio entre confrontación y diplomacia, reconociendo que "nunca en la historia de la humanidad dos potencias como Estados Unidos y China se han enfrentado sin consecuencias catastróficas".
Durante la sesión, el senador republicano por Nebraska, Pete Ricketts, introdujo una de las preguntas más incisivas de la sesión: el lugar de China como el mayor adversario de Estados Unidos. Ricketts calificó a la República Popular China como "la cabeza de la estaca de este eje de dictadores", señalando que Beijing ha estado involucrado en casi todas las problemáticas internacionales actuales que afectan a Estados Unidos, desde el fentanilo hasta las tensiones en el Indo-Pacífico.
“El Partido Comunista Chino es el mayor desafío que enfrentamos,” respondió, cuestión que no fue inesperada porque en su larga trayectoria legislativa, le dedicó predominancia a los asuntos con China; entre 2023 y 2024, el senador promovió más de 100 proyectos de ley contra el país asiático.
Así que, en su respuesta, el cubano-estadounidense describió a la República Popular como un adversario que combina dimensiones tecnológicas, industriales, económicas, científicas y geopolíticas, características que, según el nominado, superan incluso las capacidades de la extinta Unión Soviética. Para él, la relación bilateral será el tema definitorio del siglo XXI, una especie de hilo conductor para entender los desafíos geopolíticos que marcarán las próximas décadas.
Desde el comercio hasta las cadenas de suministro, Estados Unidos depende de China en un grado que hace que cualquier confrontación directa sea tan arriesgada como costosa. La pregunta central no es si Estados Unidos desea oponerse a China, sino si puede hacerlo sin comprometer su propia economía.
¿QUÉ DEJÓ LA AUDIENCIA?
En términos generales, la audiencia en el Senado de los Estados Unidos, destinada a evaluar la nominación de Rubio como Secretario de Estado de la administración Trump, se convirtió en una radiografía de las prioridades y desafíos que marcarán la política exterior de ese país en los próximos años.
La confirmación, que parece tener posibilidades de pasar a una votación rápida en el primer día de Trump en el cargo, marcaría una era de mayor confrontación en la política exterior estadounidense, especialmente con China.
En última instancia, el impacto de estas iniciativas dependerá de la capacidad de Marco Rubio para alinearse con las prioridades de Donald Trump en materia de política exterior, o de si el expresidente encontrará en en su secretario un ejecutor dispuesto a seguir sus directrices. Este balance entre liderazgo estratégico y subordinación definirá la efectividad de las políticas impulsadas contra Venezuela y su encaje en el panorama geopolítico actual.
La audiencia también reflejó un panorama más amplio de los desafíos que el cubano-estadounidense enfrentará al trabajar con un presidente cuya concepción de política exterior está dominada por el pragmatismo electoral y la personalización del poder. Él podría optar por adaptarse a Trump o mantenerse firme en sus convicciones y arriesgarse a quedar aislado políticamente.
La designación de enviados especiales como Grenell refuerza este desafío, ya que operarán directamente bajo las órdenes de Trump, reduciendo aún más la autonomía del Departamento de Estado. Esto, combinado con las diferencias entre ambos en temas como China y las sanciones, plantea una pregunta fundamental: ¿será Marco Rubio un ejecutor de la visión de Trump o hará todo lo posible para hacer prevalecer sus dogmas, aún a costa del cargo?