Vie. 29 Marzo 2024 Actualizado ayer a las 6:48 pm

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Entre algunos académicos y forjadores de opinión se ha llegado al consenso de bautizar a este momento la "segunda ola progresista" (Foto: DPA / Europa Press)
Análisis especial

Lula y una oportunidad que no se puede perder

La victoria de Lula da Silva en Brasil ha abierto el debate, no solo sobre los desafíos y oportunidades que tendrá en su nuevo gobierno, sino además sobre lo que se puede extraer de allí a escala regional, considerando la distribución actual de la balanza de poder en América Latina y el Caribe.

Brasil es un actor geopolítico importante para la región. Por ello, nuestros analistas dedicaron el último Space en Twitter de Misión Verdad a hablar sobre las implicaciones de los últimos resultados electorales.

Franco Vielma, columnista de esta tribuna, inició el espacio trayendo a colación el hito que supuso la reelección de Lula da Silva, que estuvo precedido por un "caldeado clima político" en el país. Primero, por lo que significaron para el desarrollo de la política interna los últimos cuatro años de gobernanza de Jair Bolsonaro. Su gestión le agrega nuevos matices claramente diferenciados de la época en la que Lula gobernó y fue reelecto consecutivamente.

Vielma incluyó el contexto geopolítico presente: "Aunado al conflicto que está produciéndose justo en estos momentos en Ucrania y la gran crisis que está desarrollándose a partir de la energía, la disputa por las materias primas".

Se trata de la distorsión de las cadenas de suministros, que afecta a Brasil por estar anclado a la dependencia de fertilizantes para los cultivos de su agroindustria. Las políticas sociales de Lula fueron desmembradas en gran parte por los gobiernos de Michel Temer y Jair Bolsonaro, por lo que el cuadro de empobrecimiento de la sociedad se agudiza más y no hay protección ante el encarecimiento de los combustibles.

"Es decir, está en desarrollo en Brasil una dinámica económica muy adversa, especialmente para las clases populares", agregó nuestro analista, reiterando que el presidente electo viene a asumir una presidencia en un cuadro de crisis, y también de destrucción, del tejido económico distinto a como él lo había dejado.

Un segundo elemento importante que evaluaron los analistas tuvo que ver con la forma en que se desarrolló el evento electoral en Brasil. Lo habitual es pensar que, una vez que se anuncia la victoria de uno de los candidatos, ocurra una transición ordenada. Sin embargo, con cada nueva elección en la región, se confirma que esto hace tiempo ya dejó de ser así. En Brasil, Bolsonaro no apareció sino hasta dos días después del anuncio, y no para reconocer los resultados. Sus declaraciones estuvieron signadas por la "indignación" y los reclamos de "injusticia", y por el guiño de aprobación a las movilizaciones y bloqueos por parte del bolsonarismo, que habían arrancado un día antes.

A propósito de eso, William Serafino, columnista de Misión Verdad, mencionó las filtraciones de información de la inteligencia brasileña que afirman que "se está preparando un movimiento más grande de de movilización en la calle, de choque, de violencia política, y con conatos de violencia armada", que estarían buscando evitar que se pueda dar una transición ordenada al nuevo gobierno de Lula.

Serafino explicó que la elección en Brasil, al igual que otros procesos electorales, muestran que se han diluido los ejes izquierda y derecha como marco de compresión de la política y ubicación de los propios actores, al menos en términos convencionales de los discursos políticos del siglo XX.

"No se termina de comprender que esas reglas del juego liberales que se habían establecido, donde un adversario acepta la la victoria del otro, es una cuestión que va siendo parte del pasado. En el caso del bolsonarismo, están demostrando tener poder en la calle", continuó Serafino.

El bolsonarismo, además de tener presencia mayoritaria en el Congreso brasileño, tiene muchas vinculaciones con el Ejército, con la policía y, por supuesto, con el Partido Liberal. Ahí está insertado el bolsonarismo.

¿Qué nos dice esto? Que las elecciones ya no pueden seguir considerándose el fin y el resultado de nada; son un recurso humano más en una batalla entre tecnologías de poder y dispositivos de fuerza e influencia, enfatizó el analista. Ningún gobierno en América Latina, en las condiciones actuales, podrá mantener el poder solo con las elecciones.

En opinión de Serafino, "si en Brasil no hay una constituyente, no hay una remoción de la arquitectura aristocrática y oligárquica que ha gobernado a ese país desde siempre, va a ser muy difícil después establecer un marco de gobernabilidad".

Los analistas advirtieron que no hay que dejarse llevar por la romantización que se le está dando al escenario en Brasil después de la victoria electoral de Lula. Más allá del simbolismo por su regreso o el dato de ser el primer presidente en la historia de su país que repite por tercera vez, la victoria de Lula no es excepcional ni tampoco es el punto en el que hay que poner el foco. Así lo expuso Gustavo Borges Revilla, director de Misión Verdad.

"Despersonalizamos el análisis, no es para nada excepcional. Lo que sí me resulta a mí brutalmente excepcional es que una figura como Bolsonaro tenga en este momento el capital político que tiene, o sea, 49% de votos a su favor, a su opción, es decir, a su manera de referirse, su manera de entender, de comprender, de relatar, de nombrar la política, de nombrar a la gente, de categorizar las cosas, de pensar".

¿Segunda ola?

Un último punto a destacar del extenso y profundo análisis que se dio en el último Space de esta tribuna es el de cómo han venido quedando los recién posicionados liderazgos latinoamericanos de la llamada "segunda ola progresista".

  • En Bolivia, los actores del golpe de Estado de 2019 están otra vez reorganizados y causando paros y bloqueos en las calles;
  • en Argentina ocurrió un atentado contra la vicepresidenta Cristina Fernández, construído y constituido desde las fuerzas de derecha con apoyo de los poderes mediáticos;
  • en Ecuador, una izquierda muestra una vergonzosa pasividad mientras el país está siendo expoliado y tomado por el narcotráfico;
  • la crisis interna de Cuba, país que no termina de avanzar por la compleja situación económica producto de las "sanciones" que dejó la administración de Donald Trump;
  • y el único que parece tener intenciones reales de sacudir algo en la región, además del presidente Nicolás Maduro, es el presidente Gustavo Petro.

Al respecto, Borges Revilla hizo énfasis en el presidente Alberto Fernández, pues su caso recoge muy bien el ejemplo de un líder político que no responde a las expectativas de la población que lo puso allí con sus votos para atender las crisis económica y social que dejaron las élites mientras tuvieron el poder político.

"La gente los vota porque se supone que ellos constituyen una propuesta distinta y sobre ellos recae la responsabilidad de violentar ese orden establecido. Y finalmente, en el caso de Alberto Fernández, termina siendo una farsa para los que votaron y creyeron. Ni siquiera ha habido un mínimo de confrontación con el poder mediático y judicial, por ejemplo".

No se trata de Alberto Fernández como individuo, sino de esta forma de atender la política que ahora se le llama "progresismo", que no parece entender para qué está en el poder, pues no cumple con un programa mínimo para atender a la población y la crisis planetaria, sabotea los mecanismos de integración y no tiene propuestas ni acciones convocantes.

Entre algunos académicos y forjadores de opinión se ha llegado al consenso de bautizar a este momento la "segunda ola progresista". La confirmación del tercer mandato de Lula consolida a dicho grupo. En ese sentido, y entendiendo que Brasil no es cualquier país y que Lula no es cualquier político, ¿cuál es la oportunidad que alguna vez tuvo la "primera ola" y que ahora no se puede volver a perder?

Se trataría de impulsar de manera concreta y precisa ciertos mecanismos de integración (Unasur, CELAC, ALBA-TCP) de manera conjunta, aprovechando una coyuntura de formación de bloques integrales de países, a escala global y regional, que pudieran hacer contrapeso a la hegemonía decadente de Estados Unidos. La década de 2000 fue una oportunidad que se difuminó con los cambios políticos en los países clave del continente durante los años siguientes.

La de 2020 pareciera ofrecer un escenario similar, con otro contexto y diferentes actores, sin embargo el instinto de republiqueta podría prevalecer en la mentalidad y estrategia de muchos políticos y presidentes en América Latina, lo que podría obstaculizar los esfuerzos para el reimpulso de una dinámica propicia a la integración, por pragmática y adecuada que sea.

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