Las decisiones tomadas en Bruselas durante los últimos años han tenido un efecto acumulativo devastador: pérdida de autonomía energética, fractura social interna, debilitamiento industrial y dependencia creciente de Washington.
Mientras el continente pierde influencia, rumbo y cohesión, desde Rusia llega un mensaje que puede parecer inesperado: el presidente Vladímir Putin habla de reconciliación, incluso con aquellos que apostaron por su aislamiento.
El suicidio europeo
Europa ha cedido a Washington el mando de la guerra que financia y el precio es su lugar en el tablero global. En la Conferencia de Múnich el vicepresidente J. D. Vance amonestó a los líderes europeos y anunció que la Casa Blanca "vigilará" sus procesos electorales, con lo cual exhibió la jerarquía colonial que rige la relación transatlántica. Paralelamente Donald Trump telefoneó a Vladímir Putin sin siquiera avisarles, prueba de que el desenlace del conflicto se negocia por encima de la Unión Europea.
Los sacrificios derivados de esa subordinación se revelan estériles. El último informe del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos (IISS, por sus siglas en inglés) confirma que Moscú ya produce más armamento que todos los países europeos juntos, pese al frenesí de gasto militar decretado en Bruselas. Y las sanciones, coronadas por la voladura de Nord Stream, han obligado a los países de Europa a cambiar el gas natural licuado (GNL) ruso por el estadounidense, hasta 40% más costoso, situación que acelera la desindustrialización y amarra aun más la economía europea a su presunto aliado.
Pensar lo "impensable" —amenazar con dejar la OTAN, forjar un gran acuerdo con Moscú y otro con Beijing— es la única vía que Kishore Mahbubani, politólogo y académico singapurense, considera capaz de devolver respeto a Europa; sin embargo, Bruselas prefiere "lamer las botas que le patean la cara", convencida de que el servilismo traerá recompensas que nunca llegan.
El continente se encuentra en una encrucijada donde toda salida le cuesta algo vital: desafiar a Washington arriesga aranceles y nuevas fracturas internas; reconciliarse con Rusia choca contra la rusofobia fomentada por sus propias élites.
Es en esta hora de máxima debilidad cuando Moscú, con calculada serenidad, asegura que el reencuentro será, tarde o temprano, inevitable.
El problema no es Moscú: es Bruselas
En su artículo titulado "¿Rusia inevitablemente se reconciliará con la UE y Ucrania como predice Putin?", el analista Andrew Korybko examina las recientes declaraciones del mandatario ruso. La primera ocurrió el 30 de abril durante una conversación con Viktoria Samoylova, coordinadora del movimiento "Regimiento Inmortal" en España, en el marco del maratón educativo Conocimiento Primero. Allí, el presidente ruso expresó su confianza en que "las relaciones de Rusia con las naciones europeas se restablecerán tarde o temprano" y agregó que "es solo cuestión de paciencia y esfuerzo".
La segunda declaración llegó el 4 de mayo, en el adelanto de un documental de la televisión estatal rusa producido con motivo del 25 aniversario de su primera presidencia. A pesar de la guerra en curso, Putin afirmó: "Me parece que [la reconciliación con Ucrania] es inevitable, a pesar de la tragedia que estamos viviendo".
Para Korybko, estas afirmaciones expresan una visión geopolítica coherente en la que Rusia se reconoce como parte de la civilización europea, pero con una identidad propia.
"Putin siempre ha considerado a Rusia un país europeo, aunque con una identidad civilizacional única, y explicó en su obra maestra de junio de 2021 por qué considera a rusos y ucranianos como pueblos afines. Estas opiniones explican por qué mantuvo su compromiso con los Acuerdos de Minsk a pesar de que ni Francia, ni Alemania, ni Ucrania los cumplieron", apunta.
Desde esa visión, los Acuerdos de Minsk representaban para Moscú una oportunidad de convertir a Ucrania en un puente logístico entre la Unión Europea, Rusia y China. La negativa de París, Berlín y Kiev a implementar lo acordado, vista desde la óptica rusa, resultó incomprensible. Korybko sostiene que ese fracaso reveló un desacople profundo: mientras Rusia actuaba desde un enfoque racional y pragmático, tanto la UE como Ucrania operaban desde marcos ideológicos. En el caso europeo, un liberalismo globalista que sacrifica intereses materiales por razones doctrinarias; en el ucraniano, un ultranacionalismo militante dispuesto a inmolarse antes que pactar con Moscú.
Esta diferencia de enfoque es, según el analista, el mayor obstáculo para cualquier reconciliación real. Mientras Bruselas permanezca bajo la hegemonía de un establishment político-mediático atado a Washington, y Kiev mantenga su régimen sustentado por el fraude político-electoral y una policía secreta que neutraliza toda disidencia, no hay condiciones para una reforma interna. La tutela de la OTAN y la dependencia estructural de Estados Unidos refuerzan esta parálisis e impiden cualquier viraje autónomo hacia un reencuentro estratégico con Rusia.
En este contexto, la predicción de Putin no debe leerse como una señal de inminente distensión. Korybko aclara que el presidente ruso no propone suavizar su postura actual, ni espera que el acercamiento ocurra bajo su mandato. Más bien, lanza una advertencia estratégica a futuro: la reconciliación no está descartada, pero será posible solo cuando Europa y Ucrania dejen atrás sus marcos ideológicos y actúen desde el interés. Hasta entonces —y puede que por una generación entera—, Rusia mantendrá sus posiciones, sin alimentar ilusiones prematuras.
En medio del desgaste, Europa se enfrenta con una oferta que no esperaba: la posibilidad de recomponer la relación con el país euroasiático. Pero esa posibilidad no depende solo de Moscú. Sin una transformación profunda del pensamiento político europeo, las palabras de reconciliación de Putin quedarán suspendidas en un horizonte incierto.
¿Está Bruselas dispuesta a romper con el tutelaje atlantista y asumir un papel soberano en la reconfiguración multipolar del mundo? ¿O seguirá aferrada a una estrategia ajena que solo la empuja más hondo hacia la irrelevancia?