Durante la reciente visita del presidente Lula da Silva a Bogotá, Gustavo Petro le pidió a su homólogo que intercediera para una próxima adhesión de Colombia a los Brics, organización de la que Rusia es presidenta durante este año 2024.
"El presidente Petro manifestó el interés de Colombia de adherirse a los Brics como miembro pleno lo más pronto posible, y el presidente Lula acogió con beneplácito esta iniciativa y se comprometió a promover la candidatura de Colombia", señala la declaración conjunta del pasado 17 de abril.
La petición del presidente colombiano, por insólita que parezca tratándose de un país tradicionalmente alineado a la política exterior estadounidense —aun bajo el gobierno progresista de Petro—, podría tener éxito con la mediación de los brasileños y, de concretarse, daría una vuelta de tuerca a la normalidad geopolítica tanto de Colombia como de toda la región latinocaribeña.
Brasil ha sido probado en distintos escenarios para que juegue un papel activo en planes de integración en los ámbitos regionales y globales durante los gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT), con cierto grado de acierto y otro de desacierto. Su papel, por ejemplo, para que la Unasur tomara un rumbo definitivo hacia la consolidación fue decepcionante a la hora de aportar capital al Banco del Sur.
Pero su disposición para que los Brics tengan un perfil más relevante internacionalmente es evidente. La membresía de Colombia, junto a la de Venezuela patrocinada por Rusia, daría una mayor participación de Sudamérica en los asuntos del bloque multipolar, una dinámica que lideraría Brasil como miembro fundador de la organización y como país con la economía más grande e influyente de la región.
La puerta a nuevos miembros está abierta con la adhesión a los Brics de dos países africanos (Egipto y Etiopía) y tres potencias energéticas de Asia Occidental (Arabia Saudí, Irán y Emiratos Árabes Unidos), con la posibilidad de que países sudamericanos integren el bloque.
Equilibrismo geopolítico
En los actuales momentos, e incluso desde los tiempos de Jair Bolsonaro, la construcción de la política exterior de Brasil está basada en el equilibrio entre los dos bloques antagónicos en pugna geopolítica y geoeconómica: los unipolares —liderados imperialmente por Estados Unidos— y los multipolares —Brics a la cabeza—.
La afinidad política de Lula da Silva con las líneas fundamentalmente progresistas del Partido Demócrata procura una buena relación actual entre el gigante sudamericano y la administración de Joe Biden. A esto se le añade el histórico intercambio comercial y la constante exportación de grandes capitales estadounidenses a Brasil. El flujo económico entre ambas naciones es regular y no ha sufrido ningún tipo de interrupción.
Además, el país amazónico mantiene una relación estable en el plano militar con el Pentágono. La proyección del Comando Sur en el territorio brasileño está garantizada mediante convenios y asociaciones a largo plazo entre los máximos oficiales de ambos ejércitos.
Por lo tanto, Brasil tiene a Estados Unidos como un socio estable y de confianza, tanto por proximidad geográfica como por proyección geopolítica.
Su posicionamiento geopolítico le da a Brasil un amplio umbral para movilizarse en diferentes escenarios, pues mantiene buenas relaciones con los principales actores de los mencionados bloques —la visita del presidente francés Emmanuel Macron a Brasilia es otro botón de las relaciones de Brasil con Occidente—.
Desde que regresó a Planalto, Lula ha condenado tanto a la OTAN por el incesante envío de armas y logística militar a Ucrania como a Rusia por "violar la integridad territorial" de Kiev, algo que Bolsonaro no se había atrevido a hacer. Sus críticas también están acompañadas de palabras diplomáticas y disposición para el diálogo inter pares.
Por esta última razón, y tomando en cuenta la afinidad ideológica entre Lula y Petro, Bogotá desea el nexo promotor de Brasilia ante los Brics. El segundo confía en la proposición constructiva del primero para que su país se posicione internacionalmente, más allá de la esfera OTAN —de la que Colombia es socio global—.
Colombia, por su lado, también, durante la administración de Gustavo Petro, ha jugado al equilibrismo geopolítico, en realidad planteando su política exterior según la historia republicana de su país y las urgencias más próximas. Por ello, puede reunirse y tener las mejores relaciones con Estados Unidos y el Foro de Davos, al tiempo que logra importantes acuerdos bilaterales con el presidente Nicolás Maduro y Venezuela, la antítesis del bloque unipolar.
En ese sentido, Brasil y Colombia tienen una política exterior similar: se encuentra con los extremos unipolares y multipolares, negocia y conforma sociedades con ellos; su diplomacia se basa en la realidad actual de las relaciones internacionales.
Posible papel integrador
Sin embargo, Brasil pudiera pujar por una mayor participación en el diálogo y la negociación entre países en conflicto y darle mayor consistencia a un proyecto de integración regional.
La posición de Lula ante el diferendo territorial entre Guyana y Venezuela por el Esequibo ha sido poco clara, aunque apoyó activamente que los gobiernos de Caracas y Georgetown se reunieran en diciembre pasado en territorio neutral. Y el impulso a las plataformas como Unasur y Celac no ha sido suficiente para darles el ánimo necesario para afrontar los desafíos de la geopolítica contemporánea.
Quizás la intención de Brasil esté definitivamente centrada en aumentar su influencia en la plataforma global de los Brics por encima de la agenda latinocaribeña, lo que estaría en correspondencia con sus buenas relaciones con Washington, D.C. en el Hemisferio Occidental, así como con la intención de desarrollar su ascendencia en los Brics.
El gigante sudamericano posee los recursos y la posición geopolítica para dar cabida a ambos escenarios, que están en el plano de la integración, aun cuando decida enfocarse en su propia agenda. Pero Brasilia aun tiene una fuerte deuda con la integración regional.
Aunque, sin duda, una Colombia probrics, con el amén de Brasil, sería un paso positivo hacia el nuevo orden multipolar en ciernes. Sería una oportunidad para que otro país sudamericano que no sea Venezuela promueva otras formas de relacionarse en el contexto internacional. Y sin duda daría comienzo al posible papel multipolar de Lula.