A un mes de su asunción como presidente, Trump se ensaña contra América Latina
Cuando Donald Trump anunció que Marco Rubio sería su secretario de Estado y Mauricio Claver-Carone el enviado especial del Departamento de Estado para América Latina, un par de días después de haber ganado la elección de 2024, quedó muy claro cuál sería su estrategia para el mundo y, especialmente, para la región mencionada. Halcones entre halcones, ambos son hijos de emigrantes cubanos y siempre se adhirieron a las políticas más intervencionistas contra los gobiernos que el establishment estadounidense tenía en la mira. Dentro de ese espectro figuran, claro, la revolución cubana, el gobierno bolivariano, el sandinista, el hondureño de Xiomara Castro y hasta en su momento el de Cristina Fernández de Kirchner.
Todavía estaba tibia la Biblia sobre la que Rubio apoyó su mano izquierda para jurar el cargo, este 21 de enero, cuando dijo que su visita inaugural sería a Panamá, a El Salvador, a Costa Rica, a Guatemala y a República Dominicana.
El propio mandatario había indicado cuál sería el objetivo central de su nuevo periodo en la Casa Blanca: cerrar sus fronteras, aplicar aranceles sin titubeos, poner a China como su principal enemigo, a los Brics como el segundo y defender el dólar como diera lugar. Así, ordenó cambiar el nombre al golfo de México, medida que obedientemente Google y Apple Maps acataron con un diplomático paréntesis, pero que por no hacer lo propio implicó un castigo a la agencia noticiosa AP, y hasta propuso incorporar Canadá a la Unión o comprar Groenlandia.
Con América Latina la ofensiva se inició —tampoco fue sorpresa— contra inmigrantes no registrados, lo que derivó en un fuerte cruce con el gobierno del colombiano Gustavo Petro. Ya había recibido críticas de la mexicana Claudia Sheinbaum por su pretensión de apropiarse de la toponimia del golfo. La mandataria azteca desafió entonces a llamar "América mexicana" a esa parte del territorio norteamericano que perteneció hasta mediados del siglo XIX a su país. La pretensión de recuperar el canal de Panamá, que pasó a manos panameñas tras un acuerdo de Jimmy Carter con Omar Torrijos en 1977, concretado el último día de 1999, por desafiante que sonó, apuntaba fundamentalmente a China, como se verá.
Ahora, cuando se está por cumplir el primer mes de su segunda administración, podrá decirse que los métodos de Trump son groseros y prepotentes. En todo caso, revelan una estrategia típica de tahures que quieren mostrarse fuertes: golpear sobre la mesa para que salten las fichas, barajar y dar de nuevo. Pero a veces falla y mostró que, si es necesario, puede recular, siempre tratando de que no se note demasiado. Lo más fácil para algunos analistas y los medios hegemónicos es calificarlo de loco, un epíteto que en el fondo le gusta. Trump disfruta de patear el tablero y dar empellones que parecen sin sentido. Sin embargo, como recalcaron conocedores del entramado del republicano, le cabe de maravillas esa frase de Polonio para describir a Hamlet: "Aunque sea una locura, también hay método".
El que avisa…
En su discurso de inauguración Trump planteó claramente cuáles serían sus objetivos primordiales. Por un lado, afirmó que "el declive de Estados Unidos ha terminado". Pero fue su forma de reconocer que el país lleva décadas de decadencia. También es claro que sabe por dónde pasa esa debacle: por la globalización, que tras la disolución de la Unión Soviética coronó la libertad de mercado a escala planetaria, lo que derivó en que las principales industrias estén del otro lado de las fronteras. Algunas tan cerca como Canadá o México, la mayor parte de ellas en China. Por eso dijo que ese 20 de enero debería ser denominado "El día de la liberación". Acto seguido, aseguró que EE.UU. "volverá a ser una nación manufacturera".
Después avanzó sin freno: "El presidente McKinley hizo a nuestro país muy rico a través de los aranceles y a través del talento. Era un hombre de negocios y le dio a Teddy Roosevelt el dinero para muchas de las grandes cosas que hizo, incluido el canal de Panamá, que ha sido tontamente dado (…) después de que Estados Unidos gastó más dinero que nunca antes en un proyecto y se perdieron 38 mil vidas en la construcción del canal de Panamá".
Marco Rubio abundó en este tema en una entrevista con la presentadora Megyn Kelly, que publicó en el sitio del Departamento de Estado. El resumen sería: el canal es de interés central para Estados Unidos y ahora está en manos de una empresa china, por lo tanto del gobierno chino. Se construyó con inversiones estadounidenses y "hace algunos años Panamá tomó la decisión de desconocer a Taiwán y alinearse con Beijing (…) una de las principales inversiones que tienen —empresas chinas— es en dos instalaciones portuarias en ambos lados del canal (…) si hay un conflicto y China les dice que hagan todo lo posible para obstruir el canal para que Estados Unidos no pueda participar en el comercio, para que la flota militar y naval de Estados Unidos no pueda llegar al Indo-Pacífico lo suficientemente rápido, tendrían que hacerlo. Tendrían que hacerlo y lo harían", alertó el flamante funcionario.
Algunas aclaraciones: para el gigante asiático solo hay una China, por lo que quien reconozca el gobierno de Taiwán no puede tener relaciones diplomáticas con Beijing. Nicaragua en 2021 y Honduras en 2023 "desreconocieron" a Taipéi. El guatemalteco Bernardo Arévalo intenta mantenerse en medio de esa disputa a pesar de que China es el segundo socio comercial del país centroamericano, pero EE.UU. el primero. En esta parte del mundo, solo Paraguay mantiene relaciones con Taiwán.
Otra: el canal se inauguró en 1914 y, efectivamente, lo terminaron capitales estadounidenses, aunque la obra había sido iniciada por franceses en 1881. Las apetencias geopolíticas del Tío Sam explican los fracasos del proyecto del ingeniero Ferdinand de Lesseps —el mismo que había construido el canal de Suez en 1860— y la segunda independencia de Panamá, en 1903. Hasta entonces el istmo había sido una provincia de Colombia, a la que se había incorporado en 1821 tras liberarse de España.
Tercer detalle: El republicano McKinley asume la primera magistratura en 1897 y fue reelegido para un nuevo período en 1890, sin embargo, sería asesinado en septiembre de 1901 a poco de iniciado su mandato. Lo sucedió su vice, Theodore Roosevelt, que gobernaría hasta 1909. Bajo la administración McKinley se desataría la guerra contra un imperio español en su largo ocaso, en 1898. Fue así que Estados Unidos extendió sus tentáculos hacia el Caribe al apoderarse de Cuba y Puerto Rico, y al Indo-Pacífico, sobre Filipinas y Guam. Hawái sería anexado a la Unión en 1898, a cambio del pago de su deuda externa.
El malogrado 25º presidente era partidario de aplicar fuertes impuestos a las mercaderías importadas para defender la industria nacional y el trabajo de los estadounidenses, y siendo representante por Ohio logró que se aprobara la MxKinley Tariff, una ley que llevó las tasas de importación, en promedio, a 50%. Habría que decir que entonces Estados Unidos estaba en pleno desarrollo y, tras la guerra civil, era la potencia emergente más poderosa. La cruenta contienda había sido ganada por los fabricantes de camisetas y no por los productores de algodón, diría Arturo Jauretche, de modo que el discurso de la libertad de comercio ya no era del gusto de su clase dominante.
La Conquista del mundo
Fue aquel también el inicio de una nueva política expansionista, que venía a completar la "Conquista del Oeste" contra las poblaciones originarias, y que fue seguida al pie de la letra por el primer Roosevelt, con su política del garrote. La frase de cabecera de "Teddy" era Speak softly and carry a big stick: you will go far ("Habla suave y lleva un gran garrote: así llegarás lejos"). Efectivamente, puso en marcha el tramo final de la construcción del canal de Panamá y lanzó la Gran Flota Blanca a dar una vuelta al mundo solo para demostrar el poderío naval de la armada estadounidense.
Fue Teddy Roosevelt, además, el que aplicó con mayor énfasis y sin mayores disimulos la Doctrina Monroe en la cuenca del Caribe y más al sur. Esa política exterior presentada al Congreso por el presidente James Monroe a fines de 1823 establecía un reparto del mundo de hecho: ningún país europeo podía meter baza en el continente, que contaba con la protección de su independencia desde Washington, entre otras cosas. No hace falta decir el significado real de esa posición en estos 201 años y pico, resumida en la frase "América para los americanos", del norte.
Teddy extendió esa interpretación a todo el mundo y hablando suave, pero mostrando sus buques de guerra grandes como garrotes laudó en diferendos entre Francia y Alemania y logró la firma del acuerdo de paz entre el imperio zarista y el japonés, que le valió el Premio Nobel de la Paz en 1906. Intervino en política interna en Cuba, Puerto Rico, Venezuela y Centroamérica.
Otro referente histórico reconocido por Trump es el 7º presidente, Andrew Jackson (1829-1837), de quien en su primer mandato había hecho colgar un retrato en el Salón Oval, luego retirado en 2021 y vuelto a colocar ahora, en lugar del de Franklin Delano Roosevelt, sobrino lejano de Teddy.
Jackson también había sido maltratado por la prensa y el establishment, que lo tildaban de "burro". Él supo aplicar la fuerza de sus oponentes y aceptó el envite de tal modo que el burro se convirtió en símbolo del partido demócrata, que había fundado en 1828. Se lo cataloga de "populista" porque había logrado una gran adhesión popular y se lo recuerda por su Ley de Traslado Forzoso de los Indios (Indian Removal Act), por la cual las comunidades aborígenes fueron desplazadas desde sus lugares ancestrales para destinar esas tierras a la explotación agrícola-ganadera. Se parece demasiado al proyecto de Trump para Gaza.
Jackson reconoció un año antes de terminar su gestión a la República de Texas, creada tras una rebelión de granjeros de origen anglosajón. Ese fue puntapié inicial para el avance estadounidense hacia territorios mexicanos, que se coronó primero con la incorporación de Texas a la Unión en 1847 y, un año más tarde, al cabo de una guerra contra México, con la apropiación de la mitad de su territorio original.
Las cartas están echadas
Los gobiernos latinoamericanos y los organismos internacionales rechazaron desde el primer momento la amenaza sobre el canal de Panamá, y tras la reunión de Rubio con el presidente José Raúl Mulino las aguas parecieron calmarse. El panameño dijo que su país no renunciaría a la soberanía del canal y negó que hubiese firmado un acuerdo, como informó el secretario de Estado, para no cobrar más tarifas a los buques del gobierno de los Estados Unidos que transiten por esa vía.
Para entonces, eran noticia los choques con Sheinbaum y Petro debido a las deportaciones salvajes de migrantes. El colombiano primero descalificó las maneras y se negó a recibir el avión con expulsados, pero luego debió bajar varios cambios porque el caso le generó una nueva crisis política. El brasileño Lula da Silva en principio trató de bajar los decibeles: envió un avión para que los ciudadanos repatriados al menos viajaran decentemente. Pero luego cuestionó los modos del mandatario, a los que llamó bravuconadas. "Respeto que el presidente Trump fue elegido por el pueblo estadounidense para gobernar Estados Unidos. Pero no fue elegido para mandar en el mundo".
La Jefa del Estado mexicano también tuvo idas y vueltas. La economía mexicana se sustenta en parte con los migrantes —muchos de los cuales están afincados y votaron por Trump— y con el colosal superávit comercial con el incómodo vecino del norte. A raíz de la amenaza de sanciones de 25% si no tomaban medidas por el contrabando de fentanilo, Sheinbaum ordenó desplegar 10 mil tropas para vigilar la frontera, lo mismo hizo el canadiense Justin Trudeau. Así consiguieron suspender la tasa aduanera.
De Nayib Bukele, Rubio consiguió un regalo extra: el salvadoreño ofreció las cárceles de su nación para alojar —por una módica suma, se entiende— a presos comunes de EE.UU. o, incluso, a inmigrantes ilegales deportados de cualquier nacionalidad. Trump declaró que usaría la base de Guantánamo para ese mismo fin.
El gobierno de Cuba resulta especialmente intolerable para Trump. McKinley-Roosevelt habían obtenido esa estratégica isla donde en 1959 se inició la primera revolución socialista en América Latina. Fue John K. Kennedy quien decretó el embargo comercial en 1961, pero Barack Obama en 2014 se había abierto a restablecer relaciones con el entonces presidente Raúl Castro. No llegó a levantar el bloqueo pero se volvió a abrir la embajada y se facilitaron las visitas hacia la isla de familiares de exiliados y el giro de remesas. Reconoció Obama que aislar a Cuba solo había servido para aislar a EE.UU. de América Latina…
Todo fue para atrás en 2017 con Trump, que ahora endureció aun más algunas medidas todavía vigentes. Hubo un paso de comedia que pone en blanco sobre negro el desconcierto con el que se maneja la diplomacia estadounidense. Joe Biden sacó a Cuba de la lista de naciones patrocinadoras del terrorismo el 14 de enero, Trump la volvió a incluir el 21 de enero. Con Obama esa medida había durado más: fue sacada de esa lista en abril de 2015 y vuelta a inscribir el 21 de enero de 2021. Se sabe del apego de Trump a Miami, donde tiene su residencia Mar a Lago y votantes de origen cubano que lo siguen con fervor. Pero ellos ahora ya no podrán viajar a visitar a sus parientes. Nuevamente.
La cuestión de Venezuela y el caso Brasil
Otro forúnculo latinoamericano para Washington es el gobierno de Nicolás Maduro. En una aventura que pudo terminar en tragedia, el 23 febrero de 2019 el entonces senador Marco Rubio y el director para Asuntos de Latinoamérica del Consejo de Seguridad Nacional, Claver-Carone, junto con otros dinosaurios como Elliot Abrams, a poco estuvieron de avalar una invasión al país caribeño desde Colombia. Trump llegó a engolosinarse en un reportaje señalando lo bueno que sería "quedarse con todo ese petróleo". Un oscuro diputado, Juan Guaidó, en ese fárrago, había sido designado "presidente interino" y en ese contexto muchos de los bienes venezolanos en el exterior fueron bloqueados o directamente confiscados en el Reino Unido y Estados Unidos.
Esta vez algo curioso ocurrió. Tras las elecciones de julio pasado en la que la oposición denunció fraude y afirmó haber arrasado en las urnas, el candidato Edmundo González Urrutia fue obteniendo reconocimientos como presidente electo en la Unión Europea y en los gobiernos derechistas latinoamericanos. La administración Biden dudó, se tomó su tiempo a recomendación de Itamaraty, que no quiere una crisis permanente en su frontera brasileña, pero finalmente lo reconoció como presidente. Unos días antes de la nueva jura de Trump, González Urrutia viajó a Washington esperando ser recibido por el todavía electo, pero se fue con las manos vacías. Maduro, que asumió un nuevo mandato el 10 de enero, recibió en el Palacio de Miraflores a un enviado especial de Trump, Richard Grenell. Acordaron olvidar el pasado y comenzar relaciones desde cero. No se sabe cómo seguirá la historia pero, cuando la Casa Blanca anunció el cierre de la agencia Usaid, empezaron a salir a la luz pagos secretos a miles de periodistas en todo el mundo, gran parte de ellos en la región. Y también sobre la financiación de planes de cambio de régimen como la llamada Operación Gedeon. Muchos encumbrados opositores tiemblan por lo que se pueda divulgar en los próximos tiempos, entre ellos Guaidó.
Para el final de este capítulo de las relaciones de Trump 2.0 con América Latina queda hablar sobre Brasil. Se sabe que Jair Bolsonaro es el preferido de Trump y uno de sus seguidores más fieles cuando coincidieron en la gestión. Brasil es uno de los fundadores del grupo Brics, en 2009, y está en carrera como para liderar no solo en Sudamérica sino ser protagonista clave del siglo XXI. Los Brics también están entre ceja y ceja del 47º presidente estadounidense. No ignora que ya son el bloque económico más poderoso y no tardarán mucho en serlo también militarmente, si se lo propusieran. Pero, además, todo indica que lenta pero persistentemente se alejarán del dólar como moneda de comercio y reserva. ¿Alcanzará con 100% de aranceles con que amenaza a quien se atreva a comerciar en otra moneda que no sea la de color verde con la frase In God we trust?
Otra pregunta: ¿A dónde lleva el seguidismo con una administración como la que promueve Donald Trump? Al cierre de este artículo, desde la Casa Rosada se aseguraba que Javier Milei no irá con reclamos por los aranceles a las exportaciones nacionales de acero y aluminio que la Casa Blanca anunció para todo el mundo, sin excepciones. La respuesta de las autoridades argentinas fue que ese asunto se podría arreglar con un Tratado de Libre Comercio con EE.UU. Como el que, bajo el nombre ALCA y para toda la región, se desechó en 2005 en Mar del Plata…
Este artículo fue publicado originalmente en el medio Tektónikos el 19 de febrero de 2025.