Jue. 18 Abril 2024 Actualizado 6:45 pm

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(Foto: El Cayapo)

La cultura y el arte son una mierda

Para ser otros necesitamos otro pensamiento. Muchos se molestan por estos escritos, pero le diremos que nadie hoy dura más de 100 años, y quienes leen estas palabras ya tienen mínimo 25, es decir, le quedan unos 75, y construir un país llevará unos 500 a mil años para asentar una costumbre. Por tanto, nadie se moleste o se asuste por el miedo egoísta de perder su actual plato de comida. Lo que estamos diciendo es la necesidad de que las generaciones futuras no pasen por lo que ya pasamos, que tengan una brújula cultural que les guíe siempre, no bajo las mismas costumbres, pero sí tomando en cuenta el principio de que la vida es la razón fundamental de la existencia y no ese montón de patrañas ideológicas que sostienen el andamiaje de la cultura humanista y su aparato de guerra: el capitalismo.

Los filósofos de la coprofagia afirman de manera contundente que la vida es mitad mierda, mitad arepa. Si escuchamos a un reguetonero hablar de la música clásica, éste dirá que eso es una mierda y viceversa, y así ocurre con cualquier hecho del intelecto que se realice desde cualquier ángulo de la sociedad.

Alguna gente dice que la arepa es una mierda y otras que el pan, unos que comer pescado y otros que la carne de res o el cochino, y también hay quienes aseveran que comer vegetales, verduras sancochadas, repollo rayado, y los demás que chigüire, rata o golfeado con una empanada de cazón adentro.

A según, en donde nacemos o nos construyen culturalmente, una cosa puede ser sacra o demoníaca, de acuerdo con las fronteras políticas, culturales e intereses de cada quién. Las cosas del otro lado son un excremento o una excelsitud, y en medio de todo esta defecación-arepa que es el planeta, se descubre que hay una cultura, la humanista, que vive de esos despojos, porque, en fin, toda mierda produce dinero.

El arte, esa manifestación del talento, ya sea folclórico, popular, clásico, refinado, industrial, guerrero, o imitación, no escapa a sus mecenas, filántropos y otros sayones que le sacan el jugo a cualquier expresión de esta especie, ya sea manual o intelectual. A los dueños les importa un ñame a favor o en contra de quién esté la manifestación, sea una raya blanca sobre un lienzo negro o la más bella música que gente alguna produzca en cualquier rincón de este universo. Lo que ellos tienen claro es que la cultura es una deposición que produce plusvalía.

Todo el mundo habla de cultura, pero lo que tenemos en el cerebro como cultura es el modelo civilizatorio occidental europeo que, con su división entre buenos y malos, los culturizados y los salvajes, los civilizados y los bárbaros, la cultura y lo folclórico-naif, la cultura popular, sus versos menores y los exclusivos, los cultos e incultos, los letrados e iletrados ágrafos, las naciones civilizadas, cultas, desarrolladas y los países-mina, salvajes, bárbaros, subdesarrollados por falta de cultura, y esto lo dicen los más encumbrados y radicales de izquierda hasta los más recalcitrante nazi-fascistas del mundo. Pero nadie se pregunta qué es eso de la cultura, cómo se asume, cuánto cuesta, a quiénes nos cuesta, quiénes la ejercen, contra quiénes la ejercen, quiénes la disfrutan y quiénes la sufren.

¿La cultura es eso todo modosito que nos muestran los modelos de la literatura, cine, teatro, televisión, escuela, universidad, escultura, pintura, academias, salas de ateneos, museos, mausoleos, todos al estilo occidental europeo, o es algo más? ¿De cuál cultura se habla? ¿De la humanista con sus exclusivismos, con sus divisiones de clase, de países-mina y corporaciones que controlan los hilos del capitalismo? ¿De dónde nos viene esta cultura, quién la inventó, por qué nos la impusieron en el cuerpo y cerebro? ¿Es esta cultura occidental nuestro deber ser? ¿Es la cultura ese hecho comercial de tercera categoría, denominada popular, folclórica, ingenua, o es esa monstruosidad que llaman la industria cultural del espectáculo en donde se nos vende por igual la competencia en el negocio del arte, amanecer salsero, llanero, rapero, reguetonero, vallenatero, miss o mister de lo que sea, el corte y pega de la música clásica extranjera, protesta, folclórica, merenguera y dele porai? ¿O es todo eso y algo más, como dicen los pequeños negocios de la clase media?

¿Acaso no es también la cultura la más alta tecnología de la guerra expresada en el nano y el microchip que se usan para asesinar a miles diariamente en el planeta? ¿O no es también la destrucción masiva de ríos, bosques, humedales, montañas, selvas? ¿Por qué la cultura occidental niega a las culturas yanomami, guarao, aymara, cheroki, azteca, maya, china, persa, árabe, eslava, india, y miles y miles de culturas que ha destruido en nombre de su superioridad racial? ¿Por qué no existe una cultura de la aceptación del otro? ¿Por qué el invento de una cultura egoísta e individualista? ¿Podemos nosotros ser otra cultura y abandonar la existente?

Al igual que éstas, miles de preguntas deben ser resueltas por los pueblos del mundo en la búsqueda del equilibrio armónico de la diversidad cultural, que por encima de lo que sea, nos debemos manifestar como especie, fuera de la contradicción generada por las culturas de la guerra.

Cuando estamos en el barrio, el edificio, la urbanización, notamos la ordinariez de la cultura humanista, del consumo en todos los estratos sociales, la imitación descarada, la ausencia de pertenencia al territorio, el pegoste del perreo y el reguetón, el espaninglis como cotidianidad enfermiza cada día, el cerebro metido todo el día de manera individual y egoísta en los teléfonos, televisores, computadoras. Ya es una costumbre que se arraiga en niños, viejos, niñas, mujeres, y a nadie parece interesarle. ¿Será que es así cómo se mueren las sociedades o las civilizaciones en sus centros y periferias? Porque lo mismo que ocurre en Venezuela sucede en Europa o Estados Unidos para nombrar los grandes centros civilizatorios.

No solo de comida vive la gente, dijeron los filósofos; se entiende, según los antiguos, que también es necesario cultivar talentos, abrir la mente a distintas ideas, no quedarse pegado en un pensamiento único, sea el que sea y de donde sea. Pero en la actualidad vivimos en un consumo exacerbado no solo de la comida, ropa, casa y lujo, sino también de conocimiento, pero en una sola dirección, en un mismo pensamiento, con una misma arquitectura. Somos ya en el planeta 8 mil millones de seres que consumimos la misma mierda, perdón, idea de arte, comida, historia, ciencia, tecnología, que si bien no la controlamos, nos controla y nos obliga a su consumo.

Seguimos preguntando: ¿Esta situación no le interesa a los intelectuales, políticos, académicos, profesionales, historiadores, filósofos, que solo están preocupados por sus premios, libros, becas, cargos, aplausos y tarimas? ¿Cómo es que no nos interesa la trascendencia sustancial de un pueblo? Entendemos que las élites vasallas no se preocupen por eso sino por su plato de comida, pero ¿cómo es que nos decimos chavistas y no estamos preocupados por lo más importante que nos planteó Chávez: construir un país radicalmente distinto a la mina existente, que implica en primer lugar superar el estado de pobreza? ¿Qué es lo que eso significa para cada uno de nosotros? ¿O es que no es posible crear, darle forma a la filosofía chavista?

Tenemos ejemplos de que sin nada se puede hacer música, pintura, escultura, poesía, teatro, sillas, casas, herramientas, desde el nosotros, sin tener que imitar a los extranjeros, sin tenerlos como guía, porque siempre debemos preguntarnos: ¿Cuál guía tuvieron los chinos para ser chinos, los rusos, los persas, los indios, o los árabes, y otras tantas culturas que aún persisten?

Nosotros debemos conversar sobre estos tópicos aunque nos duela o moleste, porque mientras junto a nuestro gobierno hacemos un esfuerzo titánico para superar el bloqueo, las sanciones, los golpes de estado, los magnicidios, enfrentando al imperialismo-humano-capitalista con sus corporaciones, a la demagogia política, artística, académica, profesional, de las élites internas y externas para tratar de superar la condición de mina en la que hemos vivido durante 500 años, y sin embargo, la industria del arte, la diversión y el espectáculo siguen promoviendo el egoísmo, la competencia, la basura cultural con el reguetón, con el vallenato chillón, con la imitación de la música llanera, la balada estúpida, con el perreo, alimentando músicas clásicas extranjeras, libros extranjeros, teatro extranjero, en nombre de lo universal, como si ya no lo fuéramos por el simple hecho de habitar en un punto equis del universo.

E incluso nos condenan desde las élites artísticas justificando que la gente perrea y canta reguetón porque somos indios, negros, mestizos, pata en el suelo, ignorantes, salvajes, y una interminable lista de insultos y epítetos, porque estas élites están convencidas y juran que lo que debemos hacer es escuchar música clásica y bailar ballet para estar a la altura de los pueblos educados y civilizados del planeta, y no andar dando pena ajena.

Esta conversa debemos asumirla la gente, porque los académicos, intelectuales, los artistas en general, los humanistas, no lo harán porque ese es su sustento y ellos no atacarán ni condenarán su condumio en nombre de ningún pueblo, territorio, país, nación, o patria. Porque su verdadera esencia cultural radica en el egoísmo, la individualidad, la competencia: sustancias profundas de la cultura humano-capitalista aposentada en la cabeza de las élites y nos la transmiten por vía de industrias, escuelas, universidades, liceos, institutos, academias, salones de artes, medios de información, diversión y espectáculos: catedrales sagradas de la cultura capitalista.

Y así nos venden el tema de la música urbana, al igual que antes nos vendieron Oliver Twist o Beethoven y todos los ejemplos de pobre haciéndose rico por medio de la magia. No hay rancho, villa miseria, favelas, comuna, caserío, veredas y otras expresiones de la miseria en el planeta, en donde los pobres no consideremos a nuestros hijos como príncipes y princesas, Ken y Barbie, pero la inmensa mayoría no pasa de ser la yegüita papilunga, como lo relata el narrador maracucho Rutilio Ortega en su cuento del mismo nombre. El otro ejemplo es que si trabajas duro, no importa que vengas del barrio más humilde y miserable siempre que le eches bolas y te sudes el culo, puedes salir de abajo y tener tu propia disquera. Ejemplo: caso Bad Bunny o Calle 13, que te los ponen como si fuese música protesta y al final todo eso está tasado en el mercado, vendiendo la misma basura pero con otros códigos, tributándole a la industria de la alienación, llamada de entretenimiento.

El otro ejemplo es el uso de los superhéroes, esa banalidad permanente, esa arrogancia, cuando somos un pueblo heroico, con unos líderes heroicos, reales, concretos. Entonces, la industria de la propaganda quiere que imitamos un imaginario de líderes solos sin pueblo, como dioses que bajan del cielo a salvar a los pobres, y disfrazan a los líderes de Ironman, de Superman, de Batman, y de cuanta porquería ha usado el imperio para dañarnos las mentes haciéndonos creer que estos héroes de pacotilla son neutrales, como si ya no fueran decenas de años de estar aposentados en nuestras mentes estos personajes usados por la gran industria, los aparatos de seguridad gringos y europeos para someternos y llenarnos el cerebro de basura a todos los pueblos de este planeta y que hoy, en el grado de tercera, cuarta, quinta categoría, esa idiotez se quiera vender como moderno, alternativo, posible, distinto, porque le agregamos el panfleto de defender a los pobres en nombre del socialismo, como si el mundo no pudiera ser otra cosa que el basurero que nos ha impuesto el capitalismo permanentemente.

El ejemplo son esas majaderías de los superhéroes pero ahora revolucionarios. ¿Cómo va a ser revolucionario un superhéroe? Eso es una necedad que, al igual que el reguetón o el ballet, nos convencen de que pensamos así, que a nosotros nos gustan esas imbecilidades. No, no nos gusta, solo que se disparan los resortes de la alienación instalados desde el nacimiento en nuestras mentes y pensamos que debemos repetir las estupideces del imperialismo.

¿Quién diseña, cuánto está cobrando el que está diseñando y animando esas vainas, por qué nos están vendiendo repeticiones aparentemente inocentes? ¿Es que son incapaces de producir otra cosa que nos contenga, que nos habite a nosotros como pueblo? En la actualidad, estamos en un proceso de convulsión social permanente, porque nos estamos oponiendo a que las grandes transnacionales nos sigan robando, y ellos los dueños requieren romper la unidad entre pueblo y gobierno. Por eso no es extraño que pretendan ahora vendernos a nuestros líderes como superhéroes que desde el cielo como dios nos salvarán.

Todos nosotros, el partido, las comunas, los consejos comunales, la juventud creadora, en general todas las personas que sueñan y piensan otra cultura distinta fuera de panfletos o consignas, debemos conversar esta temática y vamos a discutir la mejor forma de imaginarnos como pueblo en batalla, dignamente, que no nos conciban desde afuera para burla, porque no es solo que nos venden lo de superhéroes sino que también nos venden la imagen de la burla.

Tenemos que ver cómo somos pueblo luchando y no esclavizado, pensando y no alienado, y vamos a mostrar nuestras imágenes, no como el pueblo sometido al consumo, sino como el pueblo protagonista de un proceso social histórico con un liderazgo como el de Chávez, Maduro, Diosdado, Rodríguez, todas esas mujeres y hombres del CLAP que todos los días están con el gas, la comida, miles de coordinadores de todas esas tareas, los soldados, la gente que trabaja en los aparatos de seguridad y muchos otros en cada calle, callejón, campo, edificio. Así es que debemos mostrarnos por los medios, sean cuales sean, pero gente de carne y hueso, no superhéroes idiotas con pinta de monstruos tira coñazos que al final niegan las hechuras colectivas, porque con el superhéroe desaparecen y es el individuo superhéroe quien ayuda, el huevo pelao, el resuelve todo, el solo contra todos, y nosotros no existimos. ¿Van a convertirnos a todos en superhéroes, alter egos estúpidos del gringo europeo? ¿También lo vamos a imitar? ¿Acaso no tenemos capacidad para ser y mirarnos desde y hacia adentro?

Está bien que nos calemos a los inversores, a Chevron intentando negociar con el gobierno, porque bueno, somos una economía dependiente, somos una economía capitalista, no la vamos a superar de un día para otro, no vamos a eliminar los niveles excesivos de consumo de un día para otro, no vamos a superar estas universidades, estas escuelas, estos hospitales de un día para otro, está bien eso. Pero de ahí a que nos creamos el cuento de que ese es el camino, cuando vemos a los europeos en crisis, que supuestamente son los modelos del desarrollo civilizatorio de esa cultura capitalista; cuando los gringos se están comiendo unos a otros y viviendo como zombis en las calles por los niveles de drogadicción a los que han llegado como desarrollo de esa civilización; cuando los japoneses, los neozelandeses, los australianos viven en deterioro masivo como cultura, y que nosotros creamos que ese es el modelo a seguir, que la industria de la propaganda, la publicidad, nos venda la idea de que tenemos que andar imitando a un idiota superhéroe con los interiores por fuera y una máscara como si anduviera en carnaval.

Que nos vendan la idea de la gremialización de la población por un lado los LGTBx, por otro lado los discapacitados, por otro las mujeres, por otro los negros, por otro los indios, y que no nos miremos hacia adentro como un pueblo total: eso se discute o se discute, porque el esfuerzo de cuatro, seis ó 10 generaciones que se inmolarán para crear lo distinto, no cuaje toda esa voluntad heroica de un pueblo y sus líderes, sino que por falta de atrevimiento con el pensamiento terminemos nuevamente claveteados en una fábrica como obreros y esclavos toda la vida.

¿Cuándo nos vamos a quitar de encima esa idea de progreso, de civilización, que hoy tiene a los europeos, a los japoneses, a los gringos jodidos? ¿Acaso vamos estúpidamente a recorrer el mismo camino para terminar en el mismo palo de ahorcado? Nosotros estamos obligados a ver hacia nosotros mismos en este territorio, y decidir qué vamos a hacer con los ríos, lagunas, selvas, montañas, gente, la diversidad musical, pictórica, artística en general. ¿Cuándo hablaremos fuera de la estupidez de la compra-venta, de vender el paisaje, la música, la falda? ¿Cuándo nos vamos a ver desde esa perspectiva?

Eso implicaría entonces cambiar el modo de producción, pero si nosotros seguimos con el mojón del crecimiento económico y rompiendo récords guinness con estupideces, con misses, con gente que baila salsa, que ni siquiera es la salsa que baila el venezolano, con música clásica, que no es música venezolana. Claro, si no nos decidimos a cuestionarnos, al final como siempre, pondremos la fe en el superhéroe, y entonces confluiremos en lo mismo, corriendo desesperadamente hacia el récord guinness del perreo, del merengueo, el récord guinness de los come arepa o empanadas con golfeados y pepsicola.

Ahora, el problema no es la salsa casino ni el cubano que la trajo, el problema no es si viene Bad Bunny, Calle 13, el reguetón o el perreo, la música de narcos, las narcorancheras, los vallenatos narcos, ni todos los que han venido a satisfacer nuestro desenfrenado consumismo, ni de los agayúos que quieren meterle mano a esa ponchera de real con sus espectáculos, ni de los que trafican y consumen drogas, ni del gobierno que está enfrentando una guerra brutal sustentada por los dueños del planeta, no. Es un problema de nosotros, si nos callamos o nos la calamos, es un problema político nuestro como país, cómo es que nos calamos todo ese basurero y no promovemos otra posibilidad de existencia. Es más importante la demagogia con los zombis que somos o proponemos conversar entre todos lo sustancialmente trascendente, sin miedo, como nos lo propuso Chávez. Esa es la más importante discusión que tenemos que tener como pueblo en compañía del gobierno, porque creer en las élites de siempre es condenarnos de por vida a la tragedia.

La gente es lo que las élites moldean a través de sus fábricas, sus industrias, sus medios de educación, información, arte, etc. Ejemplo de Rusia con la vaina LGTB, que ellos dijeron: "Mira, este es un mensaje que no quiero que mi pueblo reciba y no lo va a recibir", porque detrás están los estafadores financieros y los dueños de Occidente que pretenden esclavizar aún más al mundo con la gremialización extremada y pretenden condenar a todo aquel que no esté de acuerdo con sus reglas. Los rusos, los chinos, los iraníes piensan por sí mismos. Podemos estar de acuerdo o en desacuerdo con la religión ortodoxa, cristiana o musulmana, o lo que sea, pero esos tipos saben que hay un diseño político tras el feminismo, tras los LGTBx, tras los afro, tras los indígenas, tras todo ese proceso de gremialización de la gente en el mundo para que no pensemos, no actuemos, para que estemos permanentemente divididos en individualidades extremadas.

Es una conversa importante. ¿Por qué disfrazar niños caraqueños, andinos, orientales, centrales, zulianos, de llaneros? ¿Acaso no existe el merengue, la guasa, los cantos y música de violín andinos, no existe la parranda central, no existe la parranda oriental, no existe la música oriental, no existe el tamunangue y los golpes larenses? Está bien que los llaneros valoren la música llanera porque es su música, magnífico, pero esa no es la música total de este pueblo y esa es una discusión que estamos obligados a conversar. No podemos uniformar un pueblo con una sola música, imponerle una sola música, cuando es uno de los pueblos con mayor capacidad de elaboración musical y bailes diversos en cada pueblo y región, y de pronto nos vemos uniformados en un baile de joropo profesional, cuando en cada pueblo de Venezuela se baila en los joropos de manera distinta, como distintas las expresiones o modos y costumbres de los pueblos en sus pequeños y diversos detalles, que estamos obligados a defender y promover porque en eso consiste la diversidad y la participación protagónica, a la que la industria busca y promueve su sustitución por datos comerciales de mal gusto y ordinariez.

Siguiendo el ritmo, porque estamos ejemplificando casi que con un sola manifestación artística, por ejemplo, con la música protesta. Muchos de estos al final de sus declaraciones terminan siendo contra los gobiernos, de acuerdo a quien le pague le tiran al chavismo, le tiran al comunismo, le tiran al socialismo o le tiran a los rusos, o a los chinos, o a cualquier supuesto país que digan los gringos, la OEA, la ONU que es dictatorial, pero en esencia ninguno de ellos va al fondo del problema. Es que, como decía Alí Primera, hablan gafedades pero dejan bajo la mesa el meollo del problema, ya que el meollo no paga, porque si hablan del trasfondo del capitalismo hasta ahí llegó el negocio, y por eso fácilmente los usan como usaron a Calle 13, como usaron a Soledad Bravo, como usaron a todos esos de izquierda que un día están que viva no sé qué cosa y pobrecitos los pobres, y después cuando la disquera, que es lo mismo que el capitalismo, les paga plata para que hablen mal de Chávez, de Maduro o de Putin, o de Xi Jinping o de cualquiera, se tragan sin ningún dolor lo de los pobres y el mundo bonito que me contó mi apá.

Viaje hacia la trascendencia sustancial colectiva

Cómo construir otra cultura en un territorio mina, con costumbre mina, con élites avergonzadas de ser lo que son, con un pueblo imitando a esas élites, repitiéndonos al infinito como esclavos con sueños de amos, incapacitados hasta ahora de comprender hacia dónde debemos dirigir los esfuerzos colectivos, con una juventud atapuzada de consumo en cuerpo y mente sin ningún acicate intelectual que les prenda la ardentía, repitiendo panfletos y consignas ya en desuso, imitando comunistas o nazis o haciéndose los lomo e baba con los hechos que están sucediendo, cada uno con su cabeza metida en su ponchera de consumo, sin sustancia, repitiéndose en el día a día del espectáculo, mientras los viejos intelectuales, artistas, profesionales, académicos, políticos, desde sus elitistas alturas los condenan con adjetivos insultantes: generación perdida, generación boba, millennial zeta, gafa, cristal, estúpida, consumista, vaga, floja, mira teléfono. Bueno, esto es lo más sencillo que le disparan, pero ninguno de estos supuestos sabios les ronda una idea y olímpicamente se olvidan de que una vez fueron esa misma juventud, que un día en el pasado remoto o inmediato fue catalogada por una caterva de viejas élites como la juventud que no sirvió para nada. Y así, de frustración en frustración, muchas generaciones se han inmolado en la hoguera del humano capitalista.

Pero ¿qué hacemos con ese ojo hinchado? ¿Lo sobamos, nos ponemos a llorar, buscamos consuelo, o nos levantamos con fuerza y mandamos al carajo a todos esos adjetivadores frustrados y nos decidimos a ser sustantivamente nosotros en este tiempo y espacio con sus hechos, con sus miserias, con sus sabrosuras?

El mundo que conocemos lo construyó gente joven dirigida por sus experiencias y las experiencias de los antiguos que fueron con el tiempo sistematizadas y se constituyeron en cuerpo de ideas a las que se afiliaron gente joven que habían analizado el presente, el pasado, y habían determinado un posible futuro. Así vimos pasar generaciones enteras muriendo en las guerras por religiones, por sistemas económicos, por ideas de redención como el anarquismo, el comunismo, el socialismo, el utopismo, la democracia, el nazi-fascismo, por la libertad, la igualdad, la fraternidad, la nación, el imperio, la patria, ideas todas hoy sin sentido para las nuevas generaciones.

Ninguna de estas ideas prende la mecha, todas son repeticiones sin contenido, banderas en uso del poder, y eso lo vemos en Ucrania y en el mundo entero, donde la idea más idiota del mundo, la superioridad racial, se vincula a libertad y democracia y se le invierte millones de dólares para justificar el saqueo de países enteros o de continentes.

Los pueblos, países, naciones, etnias, clanes que hoy conocemos, se fundaron inicialmente por vía de mitos, sin sustratos reales, bien sean históricos o mágicos, por imposición o por acuerdo de la población sin intervención de terceros. En la mayoría de los casos se sustentan estos mitos en la imposición de una clase poderosa nacida de la guerra, es decir, el crimen y el saqueo, que tienen claridad de sus intereses y somete por la vía del poder a las mayorías. En el caso particular de fundarnos como país, nosotros no partiríamos de crear una cultura desde estos mitos o estas historias sustentadas en la explotación de las personas, y esto tiene una razón lógica: nosotros partiremos de principios y conjunción histórica vivida entre líderes reales y pueblo real, que en un momento dado en el tiempo y espacio se fusionaron y produjimos la posibilidad de conversarnos como pueblo sin élite e intentar modelar uno radicalmente distinto al existente, generando la opción de crear un modo de producción que haga posible la existencia de una cultura distinta a la existente.

O también podemos quedarnos por cobardía, por hambre, por ignorancia, apegados a la costumbre de ser esclavos, imitadores de modos, usos y costumbres impuestos desde la esclavitud hasta nuestros días, cultura que ilusoriamente nos propone una felicidad inexistente.

Ahora bien, llevar adelante una idea de país, nación o patria, comunidad u otra cultura, no puede depender de los pegostes ideológicos del pasado, sino que debe nacer por decisión, por conocimiento, por planificación, porque por historia hemos tenido una en común: las élites como dominadoras y los esclavos como dominados, y entre ellos y nosotros una relación de producción que nos hace creer a los esclavos en la posibilidad de ser ellos.

Pensar otra idea de ser en este territorio, otra cultura, es llegar al atrevimiento radical de pensar, por ejemplo, en cambiar el nombre de Venezuela por otro que sea más acorde con las decisiones, convicciones, conocimientos o planificación que hagamos; pero eso será considerado por la fuerza de la costumbre como una herejía condenable, a pesar de que todo el mundo sabe que el nombre de este territorio es un peyorativo comparativo creado por los invasores al igual que la imposición del lenguaje, la religión o religiones, el arte, las fronteras. Lo simple es que, sin cuestionar y sustituir esos remaches ideológicos físicos del pasado, no es posible otra CULTURA, en mayúsculas.

Las élites al servicio del capitalismo que han llamado a sanciones, a invasión, a confiscar bienes, a bloqueo, a pesar de haber nacido en estos territorios son culturalmente vasallos de los dueños del planeta, y con ellos y su cultura refinada y exclusivista no se podrá construir una cultura colectiva, así nosotros y quienes dirigen el gobierno piensen que todos cabemos. Para ellos, todos cabemos en la medida en que nosotros seamos sus esclavos. Ellos nos odian, ellos aman a sus dueños.

— Somos un grupo de investigadores independientes dedicados a analizar el proceso de guerra contra Venezuela y sus implicaciones globales. Desde el principio nuestro contenido ha sido de libre uso. Dependemos de donaciones y colaboraciones para sostener este proyecto, si deseas contribuir con Misión Verdad puedes hacerlo aquí<