La Historia del Sacudón se llamó el primer trabajo discográfico que grabé. Había que cantarle a aquellos acontecimientos. Ya en marzo escribí un corrío larguísimo que para grabarlo tuve que dividirlo en dos partes. Yo que no tenía planes de grabar, ya entre 1990 y 91 andaba o andábamos buscando recursos para grabar.
Recuerdo que canté mi versión por primera vez en público en un acto que se hizo en la Universidad de Carabobo en el primer aniversario del 27 y 28 de febrero. Grabamos un pajarillo: "La Historia del Sacudón" y un seis por derecho: "El Corrío del Sacudón". El primero una especie de relato de las luchas y las frustraciones históricas de donde veníamos cuyas traiciones desembocaban en la rabia y la parranda colectiva del 27 y 28 de febrero. El segundo es la fiesta. Luego se haría mucho hincapié en los muertos, en la tragedia.
Nosotros quisimos destacar la alegría de aquella comparsa, aun a pesar de la represión. Pareciera intencional que a esas insurrecciones se les trate de despojar de la alegría y sólo se resalte el dolor, la masacre, el luto, la muerte… como diciéndote: "Cuidao con una vaina. ¡No lo hagas más… eso es peligroso!".
Bueno, yo le canté a esa parranda y tantos a la tragedia que confieso a veces sentía vergüenza, algo así como si estuviera riendo en mitad del funeral. Nosotros como pueblo aun en el llanto nunca perdemos la alegría. Eso lo demostramos en los velorios donde contamos chistes. Hablar de esto es preciso e interesante, pero será otro día.
Nosotros estábamos en la universidad. Había efervescencia revolucionaria en la universidad, pero la calle y el barrio era otra cosa. A quien lo agarró el 27 en la universidad trancó calles y autopistas y quemó cauchos. A quien lo agarró en el barrio participó del eufórico saqueo.
Al escamoteo de la parranda, agregaría también el de nombrarlo Caracazo en vez de Sacudón, tal como empezó a ser llamado desde el principio por la gente. Esto pareciera una tontería, pero tiene una connotación política importante. El nombre de Sacudón fue dado por el propio pueblo y así se denominó durante los primeros tiempos. El nombre de Caracazo fue impuesto por los medios de comunicación y cierta dirigencia política.
Más que Caracazo, y vaya mis respetos al pueblo de Caracas, debería llamarse el Guarenazo. Pero ambas serían definiciones comprimidas que reducen la magnitud de esos acontecimientos, puesto que los mismos no se limitaron sólo a Caracas, sino que ocurrieron en las principales ciudades del país y tantas otras poblaciones.
Aquella insurrección fue antimperialista
Los pueblos hacen la historia y otros la escriben según interpretaciones que tantas veces le arrebatan al pueblo su protagonismo para paradójicamente el propio pueblo repetir la versión de los hechos escritos por otros. El 27 y 28 de febrero es más contundente llamarlo SACUDÓN en vez de Caracazo.
Hay que dejar claro que aquella insurrección fue antimperialista. Aun cuando en lo emotivo nos movió el hambre y la carencia, fue una rebelión contra un gobierno que siguiendo las directrices del imperialismo yanqui pretendía imponernos sus medidas económicas neoliberales. Lo paradójico, tal vez, es que seguimos en el estrangulamiento.
No hemos tenido país. En aquella oportunidad sometidos a las penurias por un gobierno que se arrodillaba ante el Imperio y hoy porque tenemos un gobierno que lo enfrenta. Logramos tomar el poder político con Chávez, pero eso tenía un precio. "Nadie es libre impunemente", dijo Bolívar. Saboteos permanentes, un bloqueo criminal, más las taras culturales que aún arrastramos.
Consecuencia: un estado en bancarrota y las peripecias por sobrevivir mientras nos construimos realmente como nación y ser realmente soberanos. Les dijimos: ¡No los queremos!, y allí descubrimos que no teníamos realmente industria petrolera ni de ningún tipo, ni teníamos agricultura y ni siquiera hábitos de vida propios.
Era como si al fin expulsáramos de nuestro territorio a los invasores y luego comprendíamos que se llevaron los tractores, las herramientas, el conocimiento, los oficios, la tecnología y nos dejaban el terreno pelado y de paso nos dejaban su propia forma de trabajar, su misma ética.
Descubrimos que lo único que teníamos era un territorio con muchos recursos, pero sin las herramientas para explotarlos con independencia. Lo único que teníamos era la dignidad que emergía del basurero ético y moral del capitalismo.
A 32 años del 27 y 28 de febrero de 1989 seguimos en el ventarrón que pretenden se vuelque contra nosotros mismos como cobrándonos el precio de nuestra osadía. Que se sepa, se pregone a los cuatro vientos y que jamás se nos olvide: aquella insurrección fue antimperialista. El proceso político que vivimos hoy arranca de esos días.