Vie. 22 Noviembre 2024 Actualizado 5:35 pm

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"Hoy me toca ser parte de otra campaña, ahora como candidata, aún con mi libreta de notas que nunca suelto porque sería como soltar mi vida" (Foto: Albert Cañas)

Diario de campaña: La gordita del gimnasio

Una sola vez había participado en una campaña electoral, la más grande de todas, sí, la más hermosa también, pero no participé como candidata, sino como lo que soy: narradora de historias chavistas. Ahí supe del trajín que una campaña supone, de la corredera, del esfuerzo de tanta gente junta empujando hacia la misma dirección. Entonces yo, la nueva, corría detrás de todos, agarrada de la mano de los que se empeñaron en que nunca me quedara botada, de que nunca me dejara el avión.

Hoy me toca ser parte de otra campaña, ahora como candidata, aún con mi libreta de notas que nunca suelto porque sería como soltar mi vida. Casi sin tiempo para escribir voy viviendo esta vida acelerada, desconocida, de organización partidista, de estrategia, de agendas que ocupan toda la semana… y la escuela en casa, allá en mi casa y mi corazón en tantos sitios a la vez… y qué nervios, pero a la vez qué alegría… y qué compromiso tan grande… Qué compromiso, mi Chávez. Porque todo esto es culpechavez.

La tortuga solitaria que soy ahora pertenece a un equipo y no a un equipo cualquiera, sino a uno que lleva años jugando. Así, de repente, me siento como la gordita del gimnasio que alguna vez fui. Recuerdo que me inscribí, entré a la sala de aeróbicos y empezó la clase. Si todas levantaban el brazo derecho yo levantaba el izquierdo, si había que ir para un lado yo iba para el otro, y cuando hubo que combinar movimientos de brazos y piernas, más la música, más el infatigable uno, dos, tres, de la instructora, lo mío ya era un garabato, un zangoloteo y todo eso reflejado en un espejo de pared a pared, y yo tratando de coordinar con la imagen del espejo, tropezando con las compañeras fitness, aguantando la risa con cierta pena… con cierta pena, pero no tanta.

Como la gordita del gimnasio estoy en campaña: nunca sé muy bien a dónde debo pararme o sentarme. Varias veces ya me han presentado en un acto y yo perdida, aún buscando mi silla por ahí. Los compañeros me rescatan y me orientan, hasta el próximo acto, donde seguramente me volveré a perder. El protocolo de estas cosas para mí es un enigma que voy descifrando y cuando termine de hacerlo, lo sé, ya la campaña habrá terminado.

La peor parte para mí es la promocional. Yo que odio las fotos y los selfies, que le tengo terror a los videos. Yo, la tortuga que refugia su timidez en su caparazón, ahora, párate aquí, saluda allá, alza el puño acá… sonríe, Carola… eso sí lo sé hacer de verdad, verdad.

¡Y luego las tareas organizativas! No sé ni organizar mi mesita de noche. Entonces veo y admiro a las UBCH con sus números, sus cuadernos, sus cuentas, sus tiempos perfectos, en esta estructura donde, por ser candidata, me toca supervisarlas a ellas. Yo acompaño y aprendo… y agradezco tanta convicción y tanta entrega.

No me faltan compañeros que quieran ayudarme. Me agarro de Chuché, mi amigo del CLAP, que es parte del equipo municipal y que sabe de organización, de partidos, de números y sabe de lo humano… sabe que cada número que contamos en una persona con su historia… Con Chuché descubrí que estar en campaña no es la angustia que yo sentía, sino el placer de sentarnos en una placita a conversar con los compañeros. Ahí borré las dudas y entendí por qué estoy aquí.

Fue así cómo a la gordita del gimnasio le aparecieron unos musculitos allá donde había dudas fofas. Aunque la coreografía no le entre ni a coquitos, la gordita baila… un, dos, cuatro… ¿o era tres? Y mientras bailo —porque recuerden que la gordita soy yo— descubro que hay otras formas del lograr el objetivo común del equipo.

Esta gordita tortuga elude la tarima, no porque la tarima sea algo malo, no; yo admiro enormemente a quienes tienen la capacidad de subirse allí y emocionar a un gentío con su discurso. He sido parte de ese gentío emocionado. Lo que pasa es que mi voz de pollo, mi forma de hablar, no es para tarimas, es para placitas, para patios a la sombra de una mata de mango.

Cada quien en lo suyo, todos hacia el mismo lado. De eso se trata la construcción colectiva. Cada uno con su fortaleza. La mía, creo, es la alegría cercana, en voz bajita, que transmite la esperanza, la certeza de que todo este dolor que sentimos es el parto de algo grande y hermoso, la alegría de reconocernos en nuestra grandeza, en el orgullo de lo que somos, de lo que hacemos, de cómo lo hacemos. Es, también, la voz bajita que también se calla y escucha.

Escuchar es el antídoto contra las dudas.

¡Nosotros venceremos!

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