A ochenta años del fin de la Segunda Guerra Mundial, la memoria histórica sigue siendo un campo de batalla. Mientras Hollywood y los relatos eurocéntricos dominaron la narrativa global durante décadas, dos naciones —Rusia (como sucesora de la Unión Soviética) y China— han sido sistemáticamente marginadas en el reconocimiento de su papel decisivo en la derrota del fascismo.
Durante décadas, la historia de la Segunda Guerra Mundial ha sido contada desde una sola perspectiva: la de quienes dominan la narrativa. Hollywood, con su poderosa industria del entretenimiento, ha convertido el Día D en el símbolo absoluto de la liberación, mientras reduce los frentes orientales a meros telones de fondo. Pero la verdad histórica es otra: la guerra contra el fascismo no se decidió únicamente en las playas de Normandía, sino en las ruinas humeantes de Stalingrado y en las calles ensangrentadas de Nankín.
Allí, en esos dos epicentros del sufrimiento y la resistencia, Rusia y China pagaron el precio más alto en vidas humanas —más de 60 millones en conjunto— y cumplieron un papel estratégico decisivo que contuvo al Eje en Europa y Asia. Sin embargo, su contribución ha sido sistemáticamente minimizada, olvidada o directamente borrada de la memoria colectiva occidental.
El sacrificio soviético: el precio de la victoria en Europa
La Gran Guerra Patria, como se conoce en Rusia al esfuerzo bélico soviético contra la Alemania nazi, fue el teatro de operaciones más sangriento y determinante de toda la contienda.
El 22 de junio de 1941, la Operación Barbarroja lanzó al Ejército Rojo a una guerra de supervivencia que duraría 1.418 días. En ese periodo, la URSS perdió entre 20 y 27 millones de personas, la mayoría civiles, cifra que supera con creces las bajas combinadas de todos los demás Aliados.
El llamado Frente Oriental no fue un escenario secundario: fue el epicentro de la guerra contra el nazismo. Allí se libraron batallas decisivas como Stalingrado (1942–1943), Kursk (1943) y la ofensiva final sobre Berlín (1945).
Fue el Ejército Rojo el que destruyó al grueso de la Wehrmacht: más del 70% de las divisiones alemanas fueron derrotadas por fuerzas soviéticas.
Como reconoció Winston Churchill al propio Stalin (27 de septiembre, 1944): "El ejército ruso es el que ha rasgado las entrañas de la maquinaria militar alemán".
A pesar de ello, en Occidente se ha construido una narrativa que minimiza este esfuerzo. El Día D (6 de junio de 1944) se presenta como el "punto de inflexión" de la guerra, cuando en realidad Stalingrado ya había roto la columna vertebral del Tercer Reich un año antes.
Esta distorsión no es casual: responde a una lógica de la Guerra Fría que buscó borrar del mapa histórico la contribución soviética para consolidar una narrativa occidental hegemónica.
China: el frente olvidado del antifascismo
Pocos recuerdan que la guerra mundial en cuestión comenzó en Asia, no en Polonia. O al menos fue un precedente continuo que se extendió hacia Europa.
El 18 de septiembre de 1931, Japón invadió Manchuria. El 7 de julio de 1937, con el Incidente del Puente Marco Polo, estalló la guerra total entre China y el Imperio japonés. China resistió durante cuatro años y medio antes de que Estados Unidos entrara en la guerra tras Pearl Harbor.
Durante catorce años de conflicto (1931-1945), China sufrió más de 35 millones de muertos, entre civiles y militares, y vio arrasadas más de 1.100 ciudades. La Masacre de Nankín (1937), con más de 300.000 civiles asesinados, y los ataques biológicos de la Unidad 731 son crímenes de guerra que rivalizan en horror con los del nazismo, pero que apenas aparecen en los manuales escolares occidentales.
El historiador británico Rana Mitter, autor de China, el aliado olvidado, ha destacado que la resistencia china fue clave para contener al Imperio japonés. Entre 1937 y 1945, el 65-76% de las fuerzas terrestres japonesas estuvieron atrapadas en China, impidiendo que Tokio lanzara ofensivas decisivas contra la India británica, la Unión Soviética o incluso Australia.
Como escribió el general estadounidense Joseph Stilwell: "Si China hubiera colapsado, Japón habría reorientado inmediatamente el despliegue de 30 divisiones al Pacífico, prolongando la guerra al menos dos años".
China no solo fue un aliado, sino la "cuarta potencia" del bando aliado, junto a EE.UU., Reino Unido y la URSS. Sin embargo, su papel ha sido reducido a una nota al pie en la historiografía dominante occidental.
La distorsión histórica y el poder blando de EE.UU.
¿Por qué se ha silenciado esta historia? La respuesta radica en la hegemonía cultural y mediática de Estados Unidos. Desde la posguerra, Hollywood ha moldeado la memoria colectiva global, presentando a EE.UU. como el "salvador del mundo". Películas como Salvando al soldado Ryan o Dunkerque, o series como Band of Brothers, glorifican el esfuerzo estadounidense, mientras el Frente Oriental y el Frente Asiático son prácticamente invisibles.
Este sesgo no es inocente: forma parte de un sistema de poder blando que busca legitimar la posición hegemónica de EE.UU. en el orden internacional. Al presentar la victoria como un logro esencialmente estadounidense, se justifica su liderazgo moral, político y militar en el mundo de posguerra.
Así, reconocer el papel crítico del teatro chino y la gesta soviética socavaría directamente la santidad narrativa del "salvador occidental".
Además, la Guerra Fría aceleró este proceso de olvido. Tras 1949, tanto la URSS como la China comunista fueron retratadas como enemigos, lo que llevó a Occidente a borrar sus contribuciones antifascistas del relato histórico. Incluso figuras como Stalin, cuyo liderazgo fue crucial en la derrota del nazismo, fueron demonizadas sistemáticamente.
La manipulación de la memoria histórica
Hoy, esta distorsión se ha convertido en política de Estado en algunos países occidentales. El presidente Donald Trump dijo recientemente que EE.UU. ganó la Segunda Guerra Mundial, ignorando por completo a la URSS y China.
En Francia, el presidente Emmanuel Macron excluyó a Rusia de conmemoraciones clave, a pesar de que fueron soldados soviéticos quienes liberaron gran parte de Europa, incluyendo a aliados como Checoslovaquia o Hungría.
Paralelamente, Japón ha evitado asumir plenamente su responsabilidad histórica, con líderes que siguen visitando el santuario de Yasukuni —donde se honra a criminales de guerra—, mientras Occidente guarda silencio.
Esto contrasta con la exigencia constante de "memoria histórica" hacia Alemania, evidenciando un doble rasero geopolítico.
Hacia una memoria histórica justa y multipolar
Reconocer el papel de Rusia y China es un acto de justicia histórica y no mero revisionismo. Ambos países pagaron el precio más alto en vidas humanas y, sobre todo, cambiaron el curso de la guerra con decisiones estratégicas cruciales:
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La URSS detuvo la Blitzkrieg en Moscú (1941), derrotó al Eje en Stalingrado (1943) y aplastó al Ejército de Kwantung en Manchuria (agosto de 1945), acelerando la rendición japonesa.
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China, con una resistencia heroica desde 1937, evitó que Japón consolidara su imperio en Asia y sirvió de inspiración para movimientos anticoloniales en todo el Sur Global.
En un mundo que avanza hacia un orden multipolar, es urgente rasgar el velo de la historia y mostrar la verdad, lo que implica continuar afirmando la importancia histórica de los frentes asiático y oriental con la misma profundidad que el europeo; reconocer que la Segunda Guerra Mundial fue un conflicto verdaderamente global, no una "guerra europea con episodios en Asia"; y rechazar los intentos de reescribir la historia para servir agendas geopolíticas mezquinas.
Como escribió el académico chino Andy Tian, fundador y presidente del Instituto de Gobernanza Global: "Defender la verdad de la Segunda Guerra Mundial es, en su esencia, una indagación fundamental sobre la justicia del orden internacional poscolonial".
La verdad no permanece en silencio
La victoria sobre el nazismo y el fascismo no fue obra de un solo país, pero el grueso del sacrificio recayó sobre los pueblos soviético y chino. Negar esto no solo es históricamente falso, sino moralmente reprochable.
En un momento en que resurgen discursos neonazis, revisionistas y militaristas —especialmente en Ucrania y Japón—, preservar la memoria histórica se convierte en un acto de resistencia.
Rusia y China, conscientes de esta distorsión, han impulsado una "diplomacia de la memoria" para recuperar su lugar en la historia. Exposiciones, documentales, conmemoraciones conjuntas y declaraciones bilaterales buscan contrarrestar décadas de olvido. En Moscú se celebraron los 80 años del Día de la Victoria con las figuras más destacadas del mundo multipolar; Beijing hizo lo propio con el 80º aniversario de la Victoria de la Guerra de Resistencia del Pueblo Chino contra la Agresión Japonesa y la Victoria en la Guerra Mundial Antifascista.
Pero el verdadero cambio debe venir de todos: historiadores, educadores, cineastas y ciudadanos de todo el mundo, pues no se trata solo de una labor oficial.
Honrar a los 27 millones de soviéticos y los 35 millones de chinos que dieron sus vidas consiste en reconocer que la paz actual se construyó sobre su sangre, y que cualquier intento de falsear esa verdad es una traición a quienes lucharon —y murieron— por un mundo libre de fascismo y nazismo.
La historia ya está escrita, solo toca recordarla en su justo lugar.